sábado, 2 de noviembre de 2019

Una de difuntos (continuación)


Una de difuntos (continuación)


Fotografía personal, Monumento a los fundadores en la plaza del mismo nombre, antiguo Camposanto del pueblo
EL ÚLTIMO GRITO DE LA REPÚBLICA

Comentaba la pasada entrada que, paradójicamente, la independencia nacional tuvo algunos efectos negativos en el pueblo de San Juan del Río.

De entrada, ya no habiendo distinción de clases ni raza, se consideraba a todos por igual, de tal manera que la existencia del cuerpo de gobierno de los indios, a través de su República y paralelo a la autoridad virreinal dejo de tener sentido.

En el transcurso de pocos años, el orden que para sus actos tuvieron por más de tres siglos desapareció, su jurisdicción sobre el antiguo fundo fue anulada y rápidamente, sus terrenos fueron ocupados por mestizos, igual ocurrió con las tierras comunales, muchas heredadas a la nueva administración republicana.

No he podido averiguar quién era su gobernador al desaparecer su república, el último del que se tienen noticias es don Santiago Martín de Luna, a principios del siglo XIX.
Las funciones que los diversos miembros de la República tenían, se desvanecieron de pronto y dejaron de tener la facultad de llamar a los sus iguales a realizar los trabajos de mantenimiento de las tierras e instalaciones comunales así como las diversas etapas del calendario agrícola; la limpia de la acequia y la remoción de hierba y escombros del camposanto.


Imagen de Archivo personal. Firma de Santiago Martín de Luna, uno de los últimos gobernadores de la República de Indios del Pueblo de San Juan del Río,(la abreviatura debajo de su nombre dice Govr, quiere decir Gobernador)
Con la prohibición oficial para realizar entierros en el camposanto tradicional, y la obligación de hacerlo en el nuevo panteón municipal, el lugar, ahora llamado Camposanto Viejo” entró en una etapa de descuido, ya no había quien se hiciera responsable de él, los indios ya no tenían obligación y a los españoles poco les interesaba, el abandono debió llegar a tal grado, que incluso quedó sin barda.

De todos los funcionarios de la República de Indios, para 1840 solo se conservaban, de manera medio simbólica, los Mandones de los barrios, es decir, los antiguos funcionarios encargados de las cuestiones religiosas de la extinta República, a ellos solicitaron las autoridades del pueblo, es decir la prefectura y el cabildo que remozaran el abandonado Camposanto Viejo. Parecía que era un pedido al aire, ya que no era obligación de ellos, sino de la nueva autoridad hacerlo, ya no era el viejo panteón propiedad india.

Existe un documento en el Archivo Histórico Municipal, que contiene la respuesta que los Mandones hacen, no es una simple contestación formal, o acatamientos de un acuerdo establecido, es una carta de redacción bellísima que contiene una verdadera lección de amor a su raza, sus antepasados y todo lo que representaba la antigua filosofía y una organización en la que el bienestar colectivo estaba sobre el interés personal y que explica en parte porque había sido tan exitosa durante siglos y en solo 19 años transcurridos, la Independencia Nacional los había dejado en un estado de indefensión al considerarlos iguales, no eran así, no estaban preparados para enfrentar al mundo como individuos, su valor había estado desde tiempos prehispánicos en realizar todo de manera conjunta.

Llama la atención que los Mandones que redactan el escrito son solo siete, cuando los barrios habían sido 8, ya no está el correspondiente al de San Marcos, que al parece ya se había anexado al de San Juan, porque, aunque la división en barrios todavía duró algunas décadas más, ya nunca se habla de ese en específico.

También es notorio el que se mencione ese lugar como el espacio donde descansan los restos de los fundadores, lo que denota una conciencia de que el lugar había sido cementerio desde los primeros tiempos del pueblo.
Como tarea pendiente queda el averiguar quién es Francisco Chiquito, el personaje que mencionan que, en unión a él, dan la afirmativa a la solicitud, no se si sea el escribano o alguna de sus antiguas autoridades.

Presento a Ustedes, paleografiado, el documento, solo desenlacé las abreviaturas y corregí la ortografía. Debió ser escrito por un profesional, ya que es una redacción casi moderna, que hace uso correcto de las comas, los puntos, el punto y coma, el punto y seguido, los dos puntos y las mayúsculas al inicio y en los nombres propios, incluso ya incluye algunos acentos ortográficos. Parece que fue dirigido al prefecto político, porque inicia con, el tratamiento en individual. (Muy Ilustre Señor)

Imagen del Archivo Histórico Municipal, fragmento del documento aludido.

  
                                             M. I. S.  

Cristóbal de la Cruz, Mandón del barrio del Es-
pirítu Santo, Agustín del de la Concepción, Rafael
González del de San Isidro, José María Nieto, del de la San
ta Cruz, Antonio Mancilla, del de San Juan, José de 
Jesús del de San Miguel, como mandones de estos barrios
y por todos los individuos que los componen en esta población
ante Usted con la sumisión que demanda el respeto de-
cimos en unión de Francisco Chiquito: que convencidos de
la verdad de los que representan al pueblo, son los que deben
conceder las licencias que se solicitan, es incuestionable que
el mismo representante no puede negarlo, y mucho más
cuando no carecen de justicia al impetrarlas. Así es
que al idear presentarnos ante este Ilustre cuerpo para
expresar la intención que tenemos de manifestar, no
hemos admitido en nuestra creencia que la resolución sea
desagradable; y más cuando esta solicitud por si sola
tiende su observancia en resguardar un lugar no me-
nos sagrado que digno de la mejor atención para cubrir
o abrigar como deber propio de unos buenos suceso
res.
                                En efecto señor, nosotros quie-
nes representamos por sí y en nombre de los indi-
genas que componen aquellos barrios, queremos cum-
plir fielmente con la propuesta que mutuamente tenemos
hecha para levantar las paredes que necesita el Campo
Santo que se ha declarado abandonado por asistir
al que nuevamente se ha abierto. Para empren-
der este trabajo, tenemos presente que en aquel
lugar descansan los huesos de nuestros padres y
hermanos, hijos y parientes: Allí hay sepulta-
dos infinidad de amigos quienes alguna vez alivia-
ron nuestras fatigas: allí hay sepulcros que aunque
borrados, no cesan jamás de exigir reconocimiento,
porque nuestros haberes y nuestras fortunas son
debidas a la mayor parte de aquellos que los han
ocupado; y allí en fin, están las cenizas de los
bienhechores y fundadores de este pueblo quienes de
ben haber sacrificado la mayor parte de este
ó aquel interés para satisfacer su empresa ¿Y así
podríamos adquirir valor para ver abandonado un
lugar que es digno de todo aprecio? ¿Habrá algún individuo
de nosotros que al extender la vista pue-
da ver nuestro Camposanto sumergido en el ol-
vido y sus mezquinas cercas entregadas al deterioro
hasta llegar el caso de surcarlo por el transcurso
de algunos años? ¿Nuestros corazones admitirán
sosiego en medio de su pasión al observar tan funesto
fin…? Nosotros creemos que no porque la pasión del
padre, hijos y hermanos, el cariño de los amigos
fieles y el reconocimiento debido a nuestros antepasados
y bienhechores, no quedaran tranquilos ni sosegados
siempre que se conserve aquel lugar sin miramiento
y siempre que por su abandono llegue a servir como hijo
del desprecio

                                                                   Mas no, no, no
será así, ni llegará este caso pues que nosotros nos intere-
samos porque nos permita levantar a nuestra cos-
ta las paredes que necesita, empleando todos nuestros
esfuerzos según emos convenido mutuamente, para
tener la satisfacción de ofrecer este trabajo al recono-
cimiento que debemos a los que allí se hayan sepultados;
pues, aunque ellos desearían sin poder observar su aban-
dono, nosotros conocemos como un deber natural que es-
tamos en la obligación de solicitar esta licencia; pues
parece que esa infinidad de huesos que rebullen buscan-
doce unos a otros para exigirnos la recompensa de este o
aquellos beneficios que les debemos; y que no permitamos que
se pisen con orgullo ni se vean con menosprecio por-
que entonces incurriremos en la nota de ingratitud, y no
sabremos apreciar las acciones benéficas que recibimos 
de nuestros antepasados.

                               En este concepto y suplicando de nue-
vo a este Ilustre Cuerpo que se nos conceda la licencia di-
cha para proceder a nuestra empresa, esperamos que
se nos resuelva por la afirmativa; pues en esto no se
hace otra cosa sino conceder con esta solicitud sin
gravamen alguno, puesto que auxiliandonos unos a otros
Barrios es de nuestra cuenta todo gasto, salvo aquel
Individuo que por bondad contribuya de la manera
que pueda en esta virtud.

A usted suplicamos rendidamente haga como lo pedimos
recibiendo en esto merced y gracia. Juramos lo necesa-
rio etc. S. Juan del Río, Octubre 21 de 1840.

                             No sabemos firmar.







POBRE DEL INDIO QUE AL CIELO NO VA, LO JODEN AQUÍ Y LO JODEN ALLÁ

Como puede leerse, además de la aceptación de la empresa, y una solicitud de que no se les cobren impuestos, el documento es la manifestación orgullosa de la pertenencia a una raza, de una identidad heredada que, como el Camposanto, veía como a pesar de todos sus esfuerzos, iniciaba una desintegración que los obligaría a dejar algunos de sus antiguos barrios del centro y refugiarse en los de la periferia, lo que le da un carácter desgarrador al escrito.

Para finales del siglo XIX, toda la cultura otomí, incluido su idioma, se fue disolviendo, como los restos mencionados en la carta.

Este documento es uno de los últimos que menciona al menos algunos funcionarios de la República de Indios, los Mandones, nunca volverían a manifestarse como tal, la República ya no tendría otra oportunidad.

Creo que las bardas del Camposanto, sí se repusieron pero el tiempo y el olvido harían el resto. En la década siguiente fue clausurado definitivamente como cementerio y en la de 1880 se convirtió en “jardín”, posteriormente Jardín Cosío, Jardín Porfirio Díaz y Jardín Madero, Actualmente se llama Plaza de los Fundadores, y no es difícil que, en verdad, aún queden ahí algunos restos de ellos.

Para mejor entendimiento, se recomienda leer la entrada de ayer, que contiene los antecedentes de la situación que motivó el documento hoy relatado y que consideré necesarios para no presentarlo en solitario ya que se perdería  el porqué  de su redacción casi hasta poética.

Quienes estén interesados en el tema de los antiguos barrios, hay descripciones de los ocho en diversas entradas pasadas, del espacio del Camposanto también. Dense una vuelta.


Una de difuntos 1

Una de difuntos

Imagen de Google Earth 2019. Centro de San Juan del Río, En rojo el área aproximada del antiguo Camposanto, antes sin calle de por medio, iniciaba desde la fachada del templo.
Desde su ignota fundación a mediados del siglo XVI, San Juan del Río a tuvo la categoría de Pueblo de Indios, no hubo una parte española y no es verdad como se dice por ahí que alguna vez fue pueblo de españoles, cierto que desde los primeros años existieron habitantes españoles dentro del perímetro del pueblo, sobre todo en ciertos sectores, fue siempre en terrenos concedidos por los indios o adquiridos a ellos, sin embargo, durante toda la época colonial, el número de españoles en contraste con el de los indios era mínimo.

Aunque existía una autoridad española que tuvo diferentes denominaciones durante el virreinato, la mayoritaria población indígena tenía sus propias autoridades, en la llamada República de Indios, compuesta de un Gobernador, dos Alcaldes, 3 Alguaciles Mayores,  tres jueces de sementeras y un Escribano, todos con ayudantes llamados Oficiales. Existían además varios Topiles y Ministros o Ministros de Varas y otros llamados Mandones o tableros, uno por cada barrio. Por lo que los nombres nos dicen, este cuerpo de gobierno tenía funciones en todos los aspectos civiles, agrarios, de justicia y hasta religiosos, solo cuando se tenía conflicto con los españoles o el delito cometido era muy grave, se recurría a las autoridades españolas.

La jurisdicción de la República de Indios era todo el perímetro del pueblo, que estaba dividido territorialmente en ocho barrios: San Miguel, San Juan, San Marcos, el Calvario, la Concepción, de la Santa Cruz, San Isidro; y el del Espíritu Santo, todos inicialmente de población indígena.

La República de Indios de San Juan del Río fue muy próspera, además de los terrenos de regadío comunales, el molino y la acequia, llegó a tener capitales suficientes para actividades bursátiles y hasta para ayuda a la iglesia.  Con las reformas impuestas por la constitución de Cádiz en 1812 se extinguió por dos años y aunque se restauró después ya no fue por mucho tiempo, la independencia nacional le quitó su razón de ser; cuerpo de gobierno paralelo al de españoles por no ser “iguales” de acuerdo a las legislaciones vigentes.
Desde entonces, sus propiedades y capitales fueron privatizándose, aunque conservó algunos a través de las cofradías religiosas. Las leyes de Reforma entre 1859 y 1860 acabaron de manera definitiva con la propiedad comunal y el apoyo a través de ellas para la iglesia. Todos los predios pasaron a particulares.

Una de las instalaciones que seguramente desde la fundación del pueblo detentaron fue el Camposanto, ubicado al poniente del lugar donde siempre se asentó la iglesia del pueblo de Indios y donde hoy se ubica la parroquia de San Juan Bautista, por obvias razones en él había cabida para los difuntos sin distinción de raza, sin embargo los españoles, por disponer de recursos y para no mezclarse ni en la otra vida, optaban por pagar sepulturas en el interior de los templos, y cuando ya los hubo, en los conventos.
No se crea que los padrecitos lo hacían por buenas gentes, implicaba un costo, según el lugar donde se quisiera la sepultura, obviamente el más oneroso era frente al altar mayor. Por disposiciones relativas, además cada convento tenía pequeño cementerio para los difuntos de la orden propietaria, que también se puso a disposición de los legos, igual españoles. (Hubo en Santo Domingo, el Beaterio y San Juan de Dios)

Sin embargo, los indios siempre ocuparon el Camposanto original, durante al menos tres siglos, todos sus muertos yacieron en el lugar (aunque hay indicios de que hubo otro pequeño panteón indio detrás de la iglesia del Calvario, cuyo terreno fue ocupado luego por el de la Santa Veracruz) que era sumamente pequeño, pues la población también lo era, y compartido con el acceso al templo. Al ir aumentando con los siglos la población mestiza y española, se usó incluso el espacio entre las dos iglesias y se siguió ocupando el piso de todos los templos.

No de San Juan del Río, pero si de otros lugares, hay crónicas escatológicas del nauseabundo olor que se respiraba al interior de esos lugares por la profusión de los sepulcros, sobre todo en donde no se podía escarbar profundo para ellos. De tal manera que una de las primeras disposiciones de los gobiernos independientes, fue en 1823, prohibir los entierros al interior de los templos y en los atrios.

Ante la desaparición de la república de Indios, su camposanto siguió en uso, pero ya no hubo trabajos de mantenimiento, (las autoridades del pueblo, aunque ahora independentistas, en realidad eran las mismas personas que antes habían sido realistas, es decir mestizos o españoles que no ocupaban ese espacio y por algunos años ignoraron la prohibición) Al menos hasta 1821, el lugar tenía su barda completa pero fue deteriorándose al grado de casi desaparecer en el transcurso de algunos años.

Hay constancia de enterramientos posteriores aunque aislados tanto en el Camposanto como en los templos y conventos, aun después de que, en 1833, el gobierno del estado ratifica la prohibición y hace énfasis en que los cementerios deben ubicarse en las afueras de las poblaciones.

Parece ser que ese decreto si fue tomado en serio y hay evidencias documentales de las gestiones que se hicieron para construir uno, las que concluyeron 7 años después, en 1840 con la inauguración del primer panteón enteramente civil de San Juan del Río, en las entonces afueras de la población, junto al puente de piedra, Ese panteón, municipal  externo inicialmente se llamó “La soledad” y sus primeros habitantes fueron algunos exhumados de los diversos templos y del cementerio de los indios. Hoy con una ampliación, es el panteón municipal 1.
Fue construido expresamente, no es cierto como se dice por ahí que antes había sido el panteón del Convento de San Juan de Dios, la iglesia más cercana, son dos predios completamente diferentes.

El terreno donde se ubica era conocido desde tiempos inmemoriales como “La Soledad”, no se sabe de cuándo ni porqué circunstancias había sido sitio de enterramientos, supongo que cuando había epidemias y los difuntos eran numerosos se recurría a aquel lugar para sepultarlos, no era un cementerio, solo un terreno baldío, sin alguna protección, hay evidencias en el Archivo Histórico Municipal  de las primeras décadas del siglo XIX, donde los vecinos se quejan de que en cada avenida del río (en cuyo costado estaba) aparecían a flor de tierra los huesos que incluso eran tomados por los animales. Existió en ese lugar la antigua capilla de la Soledad, pero se ignora si ella le dio nombre al terreno o fue edificada en él precisamente por los entierros.

El caso es que las autoridades mataron dos pájaros de un solo tiro y adquiriendo algunos terrenos adyacentes, completaron el perímetro original del panteón, conservaron el nombre que ya tenía el lugar y prohibieron según ya definitivamente las inhumaciones en todos los demás lugares.

Fotografía personal. Portada del Panteón municipal 1 "La Soledad"
El dato que confirma que este panteón y el de San Juan de Dios son dos completamente diferentes, es una solicitud del Administrador del Hospital de San Juan de Dios quien en julio de 1841 solicita al ayuntamiento le permitan seguir teniendo sepulcros, ya que desde que se les fue prohibido se quedaron sin las limosnas y derechos por las misas de los dolientes que hacían uso de él.

A partir de 1840, aunque todavía hubo algunos entierros en los antiguos lugares, (Una placa en el monumento a los fundadores robada hace algunos años indicaba que el panteón municipal estuvo ahí hasta 1854 y todavía fue sepultado en el pequeño panteón existente entre las dos iglesias don Juan Domínguez, en 1847 )  el panteón de los indios, paso a ser llamado “el Camposanto Viejo”.

Continuará...

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EL CHICHIMECA AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD

Hay en la cartelera del Instituto de cultura y turismo municipal, una gran cantidad de eventos para estos días, actividades adaptadas a los gustos actuales, ninguna es tradición local, y se quitaron algunas que no han funcionado otros años pero hay algunas ya se han institucionalizado como el concurso de plañideras, consulte y busque algo de su agrado, hay que aprovechar este fin de semana largo.