LA LEYENDA QUE NO FUE
Siendo niño, esporádicamente escuché en el
entorno familiar, la historia que voy a tratar en esta entrada.
Por lo que de ella se relataba, me pareció
siempre una leyenda con ubicación temporal y geográfica muy lejana, tanto que, con
el tiempo, la olvidé… o casi.
En fecha reciente, creo que unos cinco años, entre
algunos relatos de manufactura reciente que me fueron proporcionados por una
amiga, de varios autores que los presentaban como leyendas sanjuanenses, casi
todos me parecieron adaptaciones de pasajes de Rafael Ayala, cuentos o relatos
más que fantásticos, otros se limitaban a la simple descripción, sin formato o
motivo de leyenda, sin embargo, uno de ellos hizo saltar mi memoria a años pasados;
destacaba por tratar un tema completamente diferente y además era,
casi letra por letra, lo que yo había escuchado desde niño.
Con ese antecedente, acometí a leer de
inmediato. Por la magistral forma en que la redactó su autor llevaba su
lectura, en primera persona a veces, otras en segunda y otras solo como
relator, a identificarme con él, ya que no se limitó al hecho en si, sino que recreó completamente la atmósfera del espacio y tiempo en el que transcurre y
a su vez, yo como lector empecé a identificar esos lugares como algunos
conocidos o escuchados siendo niño.
Así, en la fascinación que produce la lectura de
algo que te hubiera gustado escribir, me di cuenta que lo que había supuesto de
niño, no era tan lejano en tiempo ni lugar, incluso, todo discurre a unos
cuantos metros del lugar donde transcurrió la primera etapa de mi vida. El
autor firma únicamente como Joaquín Fonseca, y aunque he tratado de averiguar de quién
se trata y si todavía vive, no he tenido éxito. Parecía que hasta ahí iba a
llegar todo, pero vino en mi auxilio la musa Clío, de la manera más inesperada.
Resulta que una tía mía, de rebote, porque el
destinatario original era otro, me encargó que le platicara un relato que ella
quería que conociera él, y que me dijo era la versión real de la “Llorona Sanjuanense”,
real porque ocurrió cuando ella era niña y fue testigo de los hechos, incluso
que el protagonista vivía en casa de su familia, en la calle 2 de abril en los
años 40s del siglo pasado.
Y cuando me comenzó a describir los hechos
acontecidos y el protagonista, resulta que la leyenda que mencioné al inicio,
“Reyes“ de Fonseca, y lo que me decía,
eran lo mismo, peor aún, Reyes tenía además de ese nombre, apellido y una vida
real. Mí tía ubica los hechos en la década de 1940, y zas, resulta que encontré
un relato que debió hacerse leyenda, pero no lo logró y resultó en una serie de
recuerdos, pero que tenían todos los elementos para constituirla.
Datos de la vida Real.
Vivía ella, siendo niña, con su familia, en la
tercera cuadra de la calle dos de abril, también conocida como la de la santa
Veracruz casi al inicio de la subida del Calvario en el número 19.
Su casa, ubicada en la acera oriente, como varias
de sus vecinas, tenía una entrada independiente y un solo cuarto grande como
construcción, pero en la parte trasera, había un patio común con las de los vecinos,
inquilinos todos (eran 7 casas) de los dueños entonces, don José Becerra y doña
Merceditas Ballesteros que vivían en la calle Guerrero.
Sus padres, sin tener una relación de parentesco
directa, habían, “recogido”, es decir daban alojamiento en su vivienda a un par
de adultos, hermanos ellos, ambos habían sido abandonados por sus esposas, uno
por haber quedado ciego y otro por su afición a la bebida. Sus nombres son respectivamente
Filemón y Reyes Miranda.
Imagen tomada de Google Street Viewer 2020. Tomada desde el ángulo contrario, aproximadamente después del árbol sobre la calle, a la derecha, el conjunto de casas . |
El invidente, sobrevivía de la caridad, trabajos
ocasionales y los cuidados de la familia, apoyando en lo que podía a don Pedro,
(el papá de mi tía) de oficio carpintero, Reyes en cambio, cuando la tomadera
se lo permitía era trabajador como pocos, cuando no se lo permitía de todos
modos trabajaba. Pocas cosas no cabían en su repertorio, ayudante general,
cargador, peón y todo aquello que requiriera la fuerza necesaria de un
sanjuanense de los de antes, al que mi tía describe como moreno, alto, bien parecido
y a veces hasta con ínfulas de galán. Lo poco que le dejaban sus eventuales
trabajos en el entorno del mercado, las fincas cercanas, la estación del ferrocarril
y la incipiente carretera panamericana lo dedicaba sobre todo a su vicio y
contadas veces, a apoyar a la familia que lo había recogido (no necesariamente
en ese orden)
En uno de esos días de trabajo, ya medio
encandilado por los tragos, accedió al entorno de su vivienda, se ignora si
venía por las primeras calles de Dos de Abril o subiendo de la Plazuela, el
caso es que al llegar a la encrucijada de ambas calles, donde metros arriba existía
un pequeño pozo de agua con brocal circular de piedra, Reyes vio que estaba
ocupado por una mujer, al parecer joven, vestida de blanco, con una larga
cabellera negra y a la que adivino guapa.
No eran esos lugares como ahora, que bullen de
autos, ni siquiera había espacio para que circularan los pocos que había en la
ciudad y ningún vecino estaba afuera, el mundo era solo de él… y la dama.
Se acercó y sintiéndose aceptado se sentó junto a
ella, el sentir que no era rechazado, le dio valor para acariciar la sedosa y
azabache cabellera, incluso se atrevió a decirle lo mejor de su repertorio en
piropos, pidiéndole que volteara para verla, no creía en su suerte y eso lo
volvía atrevido.
Imagen tomada de Google Street Viewer 2020. la cuesta, actual Fernando de Tapia, en su cruce con 2 de Abril. El punto azul señala la antigua ubicación del pozo de la aparición. |
El caso es que al hacerlo, la mujer que supuso de
bello rostros, resultó que tenía cara de caballo y la cabellera que se
deslizaba entre sus dedos no era más que sus crines.
Se desconoce lo que pasó en los momentos
posteriores a la aparición, el caso es que Reyes llegó a la casa relatando el
hecho y estuvo enfermo muchos días.
¿Fue una alucinación de Reyes o de verdad vió a
la auténtica Llorona Sanjuanense? Supongo que jamás lo sabremos.
Como ven, el relato con todos los merecimientos
para convertirse en una leyenda al menos local, se fue perdiendo con la
dinámica poblacional del barrio, los vecinos fueron mudándose y pocos se
conservaron en el lugar, muchos menos conservaron el recuerdo, años después, el
pozo fue tapado y la calle urbanizada en la medida de lo posible. (Como su
nombre lo indicaba, antes de ser Fernando de Tapia, era una cuesta, el último rescoldo
de las Peñitas, antes de que se internen debajo de las calles del centro
histórico, toda la subida estaba salpicada de obstáculos, la roca viva y muchas
piedras sueltas, y sobre ellas apenas
bajaba un serpenteante caminito en el que solo cabía una persona, de tal
manera que si a lo lejos se veían alguien
que quería subir y alguien que quería bajar, uno tenía que esperar. A las
orillas, los vecinos, en el transcurso de siglos habían instalado sus viviendas
sobre la peña o armando pequeñas terrazas con rocas suelta. Ya todo ha
desaparecido, la Cuesta sigue siendo cuesta, tan empinada que los autos deben
subirla a gran velocidad para no pasar sustos,en un trajín que no se detiene en el día, es la vía alterna, en sentido contrario de la Avenida Juárez, la
principal del centro)
Como los vestigios, en pocos años la historia se desvaneció
entre las calles de la ciudad a donde fueron a dar quienes conocieron a Reyes,
la familia Hernández vivió muchos años en ese lugar y en calles del entorno. Mí
tía se fue de ahí soltera y al casarse regresó. Hoy vive, apenas a unos 30
metros debajo de donde Reyes recibió la lección de su vida.
¿Murió Reyes a causa de la aparición? Fonseca
dice que sí, pero que no había sido el único, que otros vecinos ya habían
tenido la misma aparición y fatal destino, mi tía dice que no lo recuerda, pero
al menos no murió de pronto y sí dejó la borrachera. Hoy solo el relato de
Fonseca, la narración de mi tía y el recuerdo de los pocos contemporáneos que
quedan, son sus únicos testimonios. La
leyenda ya no fue, no permeó a los tiempos modernos, que ya son otra cosa, o
difundiéndola, a lo mejor. Será cosa de hacérsela conocer al conocido contador
sanjuanense de leyendas y ocasional lector de este blog, Juan Carlos Zerecero,
el Diablito del taxiván de leyendas.
Aclaro que en la ciudad, aparte de las
religiosas, no hay leyendas, todas son acomodos de las genéricas del imaginario
colectivo mexicano o las suburbanas que trajo la modernidad. No se sí por los
hechos que he narrado, o por alguna otra cuestión, se contaba, también hace
muchos años, que la Llorona normal, es decir sin la cara de caballo, (o quién
sabe, creo que nadie salía a verla) bajaba del callejón de la Santa Veracruz y
la calle 2 de Abril, rumbo al centro, emitiendo no el particular grito, sino un
fuerte chillido. Mi mamá que también vivió en la calle unos veinte años después
continúa contándonos como lo más horrible que oyó.
Ignoro porqué y si algunas de las espirituosas
bebidas que se tomaban en esos tiempos, o la combinación de algunas, el caso es
que es muy común en todo México, incluso en Latinoamérica y España desde hace siglos las apariciones a los alcohólicos de esa mujer con cara de
caballo, incluso en la literatura fantástica tiene un concepto particular, “la
Llorona Mula”. Casi siempre encarnada en una mujer, la muy repetitiva cara de
caballo y un entorno en que el tomador cree tener una oportunidad con ella. Supongo
que la relación con la llorona es por la vestimenta blanca- y no es tan
sanjuanense como mi tía lo supone.
Menciono
las bebidas espirituosas, porque don Cándido Pérez, vendía a los borrachitos,
en su botica (todavía no había farmacias) “la Guadalupana” un elixir llamado
“espíritus” según muy bueno para reanimar, y cómo no, si era alcohol del 96 con
anilina, vaya usted a saber qué efectos tenía en la gente.
La
próxima entrada presento el relato íntegro, escrito por Fonseca, creo que
necesitaba de un antecedente como el de hoy, para que se entienda mejor, en lo
personal lo considero una joya literaria, perfectamente acabada como tal, pero
describiendo su entorno, se mejora.
Los
relatos que lo acompañaban, eran parte de un concurso de leyendas sanjuanenses
que no tuvo continuidad, creo que todos son valiosos, pero como dije, no entran
en categoría de leyendas.
COLOFON
De
Reyes, ya no tuve más datos, Filemón creo que finalmente volvió a integrarse
con su familia cercana porque al separarse los padres de mi tía, devolvieron el
favor y vivió ahora ella, al cobijo de esa familia durante algunos años en una
vecindad de la calle Ezequiel Montes. Filemón
fue abuelo de un conocido Sanjuanense de épocas recientemente pasadas, don
Ramón de la Isla, que fue agente y comandante de la policía judicial cuando las
oficinas de esa corporación estaban en el ya desaparecido portal de la Comandancia,
en la esquina de la Avenida Juárez y Reforma, junto a la vieja cárcel, después
Centro Histórico y Cultural, hoy casi sin uso y sí en el abandono.
BONUS
TRACK
Ya
sin muchos detalles, hay otra historia, ocurrida a Filemón, por los mismos años
y mientras residía en la calle 2 de Abril. Como ya se mencionó era ciego, pero
como todos tenía necesidades en las que no se le podía ayudar, así que una
noche, como a las tres de la madrugada, salió a la calle a hacer pipí, (en esos
años, la calle no tenía drenaje, en el patio común los vecinos hacían algunos
precarios baños pero él había tomado costumbre de salir a la calle, desolada de
día, más de madrugadas, por ser un trayecto más corto, varios de los
integrantes de la familia lo sintieron salir, pero no regresar.
En
las mañanas, de la parte alta de las Peñitas, muy temprano bajaban algunas
personas al molino, y pasaban por el callejón de la Santa Veracruz. Serían las 5
de la mañana cuando pasó la primera que lo conoció, estaba en la puerta del
Panteón, sentado junto a la reja, dijo que al salir a la calle, una mano lo
jaló para allá, y como no supo dónde estaba, se quedó donde lo dejó. Lo fueron
a entregar a la casa de la familia, no se supo más.
Más que llamarle "Llorona", se le llama Siguanaba o Matlazihua. Espectro fantasmal que se aparece a los hombres trasnochadores o infieles, mujer muy hermosa, semi desnuda con el rostro oculto, al acercarse revelaba su rostro de mula. Los hombres morían del susto o enloquecían.
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