domingo, 19 de octubre de 2014

Bonito San Juan del Río, Quién estuviera en tu puente!


¡Bonito San Juan del Río, Quién estuviera en tu puente!


El puente en 1785 imagen de portada en Ayala, 1981

Antecedentes

Hemos dicho antes que San Juan  del río tiene sus orígenes en un asentamiento indígena persistente de la época prehispánica, asentado en lo que hoy es el sur de la ciudad. Era muy pequeño y probablemente así hubiera permanecido por siglos, incluso a la llegada de los españoles. Junto con Querétaro fueron la parte marginal de la encomienda de Jilotepec, de Juan Jaramillo Salvatierra. Marginal porque para ese tiempo, el hoy río San Juan marcaba uno de los límites de la frontera mesoamericana. Tan olvidado estaba que muchos indios del centro de México, para evitar el pago de tributo a los encomenderos españoles, huyeron al lugar a partir de 1521, aumentando en algo la población original.
Durante los primeros años de la época colonial el Centro Norte, es decir todo lo situado delante de Jilotepec, fue poco atractivo para el tránsito a causa de ser territorio de los indómitos chichimecas, tribus semi nómadas difíciles de conquistar por no formar poblados fijos. Por ello, el avance español se dio primero por los espacios colindantes situados en ambas costas, por el Atlántico, incluso llegaron en tiempos de Cortés a Baja California y por el Golfo hasta el actual Texas.

El pequeño poblado indígena, Iztacchichimeca, que luego sería nuestra ciudad, apenas cambió cuando Jaramillo, con indios encomendados empezó a sembrar algunas tierras, al parecer después de 1528. Todo siguió igual, los mismos dioses, el mismo adoratorio, las mismas costumbres, el mismo lugar, mismo sojuzgamiento, diferente opresor.
El casual descubrimiento de minas en tierras chichimecas, originó un tráfico constante de personas por este lugar sacando de su letargo al pequeño poblado, inicialmente, es de entenderse que los viajeros utilizaran los antiguos caminos prehispánicos, entre una y otra aldea para trasladarse, pero esos caminos, las más de las veces simples veredas eran ideales para hacerlo a pie, quizá hasta a caballo, pero completamente agrestes para el  vehículo de carga de la época: las carretas tiradas por bueyes, lo que motivó su abandono por lugares más planos, amplios y adecuados para su paso.

Por ser la ruta más corta hacia las minas, el primer camino se conformó pasando por Iztacchichimeca, el viejo poblado indio, porque en los alrededores ya se habían asentado desde la  década de 1540, estancias agrícolas de españoles, además del ya mencionado Jaramillo, lo que brindaba cierta seguridad, solo había un obstáculo, el río, entonces de corriente permanente aunque no abundante. Los indios lo cruzaban por cualquier lado,  incluso tenían, en la parte trasera de la actual Central camionera, un paso permanente acondicionado con grandes piedras salteadas, que resultó inútil para las carretas, se optó por pasarlo en el primer vado que encontraron, un par de kilómetros río abajo, frente al actual cerro de la Venta.


El vado del río en San Juan. Fotografía del museo local, del plano de 1592.
El río, como ya se dijo no tenía corriente abundante, era fácil atravesarlo la mayor parte del tiempo, pero apareció el segundo problema, en tiempo de lluvias arrastraba un caudal abundante que imposibilitaba el paso de los viajeros, que se veían obligados a permanecer estacionados, a veces por varios días, en los que requerían de alimentos y servicios.  Este parece ser el verdadero origen de nuestra moderna ciudad, cuando algunos de los pocos habitantes permanentes se trasladaron hacia ahí, a proporcionar lo que requerían los viajeros, al inicio de manera esporádica, luego se quedaron de manera fija esperándolos, a la orilla del camino, en pequeñas chozas, que después serían ventas o mesones.
El hecho de que las minas tuvieran un impuesto llamado quinto Real, que era cobrado puntualmente por la administración colonial y enviado al Rey de España, motivó que las empresa mineras fueran muy auspiciadas y apoyadas.
Para la década de 1550, la ya comprobada y creciente riqueza minera de Guanajuato y por ende de sus ingresos, auspició que la corona hiciera un camino en forma, el llamado camino Real y propiciara puestos de abastecimiento para las cada vez más numerosas caravanas que en uno y otro sentido transitaban por él. Específicamente en lo que se refiere a nuestra ciudad, otorgó mercedes a los Indios de Jilotepec, con la condición de que las tierras se emplearan mayoritariamente a procurar a los viajeros. Así,  llegan a establecerse aquí nuevos habitantes, de Jilotepec y sus alrededores. No es posible determinar aún qué fue primero, el establecimiento del hoy centro histórico o el camino Real en forma, pero para 1558, ya coexisten ambos, un pueblo de Indios atravesado exactamente en su centro por el camino Real, la actual Avenida Juárez, que como ya se dijo, había iniciado una incipiente urbanización.

En el pueblo de Indios, la circunstancia de ser el último lugar “civilizado" al norte, le permitió a partir de entonces un despegue en la infraestructura urbana, que incluía una cárcel, un juzgado de registros, la primera iglesia y años después “una barda perimetral”, solo cortada por el camino, al entrar y salir. 


El Puente de Aparicio

El centro administrativo, es decir las casas consistoriales, se ubicaron a la vera del cada vez más transitado camino Real, constituyendo formalmente el pueblo de San Juan del Río, nuestra actual ciudad. Exactamente en las fechas de su establecimiento como tal, un nuevo auge minero, esta vez en Zacatecas y San Luis Potosí aumento el tráfico de personas y equipamiento hacia los fundos y en sentido contrario, el quinto real rumbo a la capital del virreinato,  incluso, se estableció,  otro camino, específicamente llamado “el camino Real que va a las zacatecas”  que de las Casas Reales, es decir el actual Centro Histórico y Cultural, avanzaba por las calles Guerrero y Morelos, para salir a la hacienda la Guitarrilla,  pasar por la Llave, el Ahorcado etc. 


Fotografía de José Velázquez Quintanar, el puente de Aparicio, circa 1995.
En este camino se construyó en el año de 1561 un puente que salvaba el río, se le atribuye su edificación al después Beato Sebastián de Aparicio, un aventurero español, que al llegar a México estableció una red de caminos, principalmente de México a Veracruz y después hacia el norte, para el tránsito de su flotilla de carretas tiradas por bueyes.

Este puente era muy pequeño, es de suponerse que por dar un rodeo, que significaba al menos una jornada más y en terrenos desolados, solo era usado en casos de urgencia. Si no se tenía ese apremio, era preferible  llegar a un lugar donde se tenía garantizada la seguridad, el abasto y el alimento para personas y bestias, es decir en el ya establecido pueblo de San Juan del Río, el tener que pasar un vado no era incomodidad en esos tiempos, los días que la corriente no dejaban cruzar eran esporádicos, así que el camino Real alterno, su puente atribuido a Aparicio y las Ventas que ya tenía fueron quedando en desuso. El puente todavía existe, pertenece al municipio de Tequisquiapan. La leyenda local dice que el Beato  fue quien trazó la Avenida Juárez y construyó el puente, lo que es ilógico, para qué dar un rodeo si lo pudo hacer en el vado de San Juan. Hasta principios del siglo pasado, el puente tenía una placa que constaba su fecha, 1561, el Rey en turno, Carlos V, el Virrey, Luis de Velasco, y su constructor Benjamín R.  de Sotomayor. Hoy yace entre árboles su único arco, ya sin agua debajo, el río cambió su curso y pasa lejos de ahí.
Una vez unificado el camino Real, a inicios del siglo XVII, el paso por el centro de San Juan del Río, quedó como único, antes había varios ramales que se unían aquí, al norte también hubo desviaciones. Este fue el único tramo común a todas las variantes, razón por la cual el pueblo se ganó el calificativo de “garganta de toda tierra adentro”.

El crecimiento fue pleno a partir de entonces; llegaron las órdenes religiosas y sus conventos e iglesia, aparecieron edificios públicos y se establecerían al interior habitantes españoles, agricultores, comerciantes, ganaderos y emprendedores que en ventas, mesones y talleres atenderían a los visitantes y sostendrían una economía que si bien estaba basada en la agricultura, recibía un flujo de efectivo que le permitió crecer y desarrollarse  por lo menos durante tres siglos.

Se dice que por no ser grande la corriente permanente del río, no hubo necesidad de un puente sobre él, sin embargo, hay documentos en los que las autoridades locales, e incluso los habitantes piden se construya uno “de cal y canto”. Creo que nunca lo hicieron con mucho énfasis, por puro sentido común, si la economía del pueblo se sostenía de los viajeros y estos llegaban a ser detenidos uno o varios días por alguna crecida de las aguas,  daba a los prestadores de servicio de uno y otro lado un superávit que  no les daría un puente.
Las quejas de arrieros, comerciantes y viajeros eran constantes pidiendo la construcción de un paso permanente, pero como solo iban de paso, las autoridades locales hacían oídos sordos, no había porqué matar a la gallina de los huevos de oro.

No se crea que la población local quedaba aislada durante esos días, recordemos que al menos había un paso para peatones debajo del Barrio de la Cruz y si la emergencia lo ameritaba, se acudía al pago de una canoa que tenía la concesión para atravesar personas, de uno a otro lado del río, su tarifa paraba en poder del clero local y no debió ser poco ya que motivó desacuerdos en cuál de las iglesias lo administraba. En el colmo de los acomodos, una disposición del virrey estableció que la revisión  de cargamentos y cobro de las alcabalas solo se debería hacer en este pueblo, así que, desde entonces, estando el río crecido o no, todos tuvieron que parar aquí, así que ¿Para qué un puente? Solo por guardar las apariencias, se formaban periódicamente comités de obras, se planificaba, se hacían colectas para su construcción, incluso hubo un par de puentes que hoy llamaríamos "hechizos",  pero todo quedaba ahí, hay bastantes documentos al respecto en el A.G.N.


Fotografía personal, el puente en 2003.
Llegado el siglo XVIII continuaba el auge minero, sobre todo en Guanajuato y la fundación de ciudades al norte y por tanto el aumento de viajeros, lo que motivó, además del crecimiento propio del pueblo y la diversificación de sus actividades, ahora sí sin objeciones, la construcción de un puente permanente, cuyo costo fue absorbido por la autoridad virreinal donativos de particulares.

Maestro mayor de arquitectura y carpintero de lo blanco

Para ello se requirió de los servicios de Pedro de Arrieta quien se presentaba como: "Maestro mayor de Arquitectura y carpintero de lo blanco”.  Nacido En Pachuca, se ignora en qué año, pero realizó estudios en la ciudad de México, donde se examinó en 1691. Favorito de la corte, desde joven hizo trabajos en distintos templos y edificios de la capital. Antes de emprender la obra del puente, había trabajado en la catedral de Valladolid (hoy Morelia) y en el palacio de la inquisición en México.

Característica de sus diseños fue siempre el empleo, como parte estructural y ornamento en sí misma, de la piedra habida en la localidad donde realizaba sus obras, si era volcánica, mejor. Los contrastes que a las fachadas daba ese tipo de piedra, hasta entonces no habían sido probados, la ornamentación la daba el aplanado posterior a la obra negra, la cantera solo se usaba en ornamentos aislados, él cambió el concepto, en sus obras, la piedra fue todo, base, adorno y fachada.


Fotografía personal,  el soberbio arco central, la cantera morena en su esplendor
Llegado a San Juan del Río, se encontró con la abundancia de una piedra volcánica con la que hasta entonces no había trabajado, la cantera morena sanjuanense, de color café con manchas negras, ninguna era igual, aunque procediera del mismo banco, una especie de mármol local, con el que se había construido todo el pueblo desde casi ciento cincuenta años antes, aunque solo como material de base, nunca como totalidad. La facilidad para moldear esa piedra y el hecho de tener yacimientos inmensos apenas a orillas del pueblo le decidió a trabajar con ella, a pesar de correr un riesgo, su resistencia a la carga. Cierto, la ciudad había sido construida con cantera morena, pero nunca en bloques tan grandes como los que él utilizaría, las casas la tenían, pero unida con mucho lodo o argamasa, él solo emplearía esta en las juntas. Se atrevió y triunfó.  El resultado fue un puente que maravilló a todo el virreinato y  hasta el final de su vida lo ostentó como carta de presentación.  Cuando en 1720 pide ser nombrado Maestro mayor de la catedral de México y de las Casas Reales, con orgullo argumentó  "… Y por mandato del excelentísimo señor duque de Alburquerque hice la puente de San Juan del Río, que es una de las obras de mayor importancia y utilidad de todo el reino como es notorio… "
Huelga decir que obtuvo el nombramiento fácilmente y muchísimas más obras, entre ellas la antigua colegiata de Guadalupe, es decir la después Basílica, donde, con otra piedra volcánica, la chiluca roja, dio rienda suelta a su fascinación por la piedra descarnada en su fachada. La mayoría de sus trabajos ya se han perdido y una de sus creaciones lo perdió a él, al trabajar por segunda vez en el Palacio de la Inquisición, contrajo una deuda con la misma, que confiscó todos sus bienes, sobre todo obras de arte. Murió el 15 de diciembre de 1738, endeudado aún, la magnánima inquisición pagó sus funerales.


Fotografía personal,  (de ayer sábado) antes carretas. Hoy, más de 300 años después automóviles en la "garganta de tierra adentro"
El  9 de enero de 1710 inicia la construcción del puente sobre el río San Juan, concluyendo el 23 de enero de 1711. Cumplió recientemente 300 años de servicio casi ininterrumpido, es él, por su forma, la verdadera “garganta de tierra adentro”.

Fotografía personal, el puente en la tumba de Rafaela Díaz, 1869 en el Panteón de la Santa Veracruz

El puente en el escudo municipal


Puente que va a tierra adentro..

 Llamado inicialmente “el puente que va a tierra adentro” después “el Puente de San Juan del Río” y más recientemente “Puente Nacional”. Localmente se conoció siempre como “el puente de piedra” (para diferenciarlo del “de fierro” dos kilómetros río abajo, por el que cruza  el Ferrocarril) o "puente de la Venta". ( Por la hacienda en su lado poniente) En 1981, un funcionario del entonces gobierno municipal,  el Lic. Felipe Muñoz, indirectamente lo bautizó como “el Puente de la Historia”, que es como se le conoce ahora.

Su sobria belleza, la simetría de su diseño, y sobre todo su utilidad le han valido elogios de los viajeros de todos los tiempos que han transitado sobre él, describiéndolo en crónicas y reseñas en libros de México y el mundo, la más curiosa, la de un despistado viajero ruso, el barón Ferdinand Petróvich, quien seguramente iba dormido cuando pasó sobre él en el año de 1836 y años después, al escribir su libro seguramente confundió sus apuntes ya que lo nombra “el acueducto de San Juan del Río”, con arcos, como el de Querétaro.
Ha sido también pretexto para  su mención o reproducción en poesías, acuarelas óleos (el más famoso, el del pintor local Orozco) y en diseños de papelería oficial y comercial.

 (continuará)

Artículo de redacción propia

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