viernes, 13 de marzo de 2015

El Obraje


El nombre antiguo de la actual Morelos fue el de calle del Obraje por haber estado ubicado en ella uno de estos establecimientos.

Fotografía personal. Casona de la calle Morelos, Probable ubicación del obraje del Pueblo.
La actividad productiva que se podía llamar industria durante la colonia estuvo constituida por la producción artesanal en talleres, casi siempre familiares, de artículos de uso común como aperos de labranza, de madera y hierro, textiles corrientes, jarcería, artículos de cuero, sillas y riendas para caballos, etc. Todo al menudeo, aunque en amplia variedad, trabajado por individuos emprendedores pero limitados en recursos. Sin embargo existía una especie de concesión para lo que se llamó Obrajes, que sería la industria a gran escala aunque siempre pieza por pieza, no existía la producción en serie.

Funcionaban así: Un personaje, ya fuera por ser rico o protegido de las autoridades que quería serlo, recibía el permiso, pagado inicialmente o con promesa de, para instalar Obraje, normalmente uno por persona o ciudad de tamaño medio y varios en las grandes,  el rubro se imponía de acuerdo a la zona, se conseguía un local para sus instalaciones (no era prioritario que fueran adecuadas, pero sí el tamaño) haciéndose luego de las herramientas necesarias para los operarios que esperaba tener. Lo lucrativo estaba en la barata mano de obra que manufacturaba los artículos,  generalmente se  conseguía a  través de  hacer  préstamos a la gente más pobre  y  obligarlos  a pagar  con  trabajo, obvio es decir que  las condiciones  de  pago impuestas garantizaban que casi nunca se cubriera la deuda inicial, más bien tendían a hacerla eterna y hasta hereditaria.

De acuerdo a la influencia del dueño, a veces se le permitía tener trabajando presos de la cárcel local, incluso sus sentencias señalaban el tiempo a permanecer dentro, siempre con salario bajo, si había. También hubo venta directa de reos, o se hacía reclutamiento de parias o vagos sin oficio ni beneficio que en una especie de esclavitud paralela eran confinados, “cubriendo jornadas semanales de sol a sol con excepción de domingos y días festivos” También utilizaron esclavos verdaderos, siendo el pueblo importante centro de compra-venta, aunque eran pocos, su alto precio significaba de una fuerte inversión.

Las personas que trabajaban en dichos lugares, descritos así por Humboldt: “Unos y otros  están  medio desnudos,  cubiertos  de  andrajos, flacos  y desfigurados”  por consecuencia eran llamadas obrajeros  u obreros, nombre que persiste hasta hoy para los trabajadores de la industria moderna. La mayoría, una vez que entraba, cualesquiera que fuese el motivo, se quedaba a vivir permanentemente, sin posibilidad de salida, solía haber un día de visita preestablecido. Incluso se llegó a permitir tener con ellos a su familia al interior del establecimiento, bajo las mismas condiciones. Se cuenta que muchas veces las puertas del obraje eran dobles o tapiadas para impedir la salida, dejando pequeñas rendijas para comunicarse con el exterior.

Aunque hubo legislación para su funcionamiento, su aplicación era cambiante; de un lugar a otro, según la época, de acuerdo a los gobernantes, dueños y sus relaciones. Lo que sí  era muy estricto  era el orden establecido  al interior para garantizar la santa paz entre personas a veces de no mucho aprecio por la ley, siendo severos los castigos a los infractores. Por otro lado, había permiso para impartir ahí los preceptos de la doctrina cristiana.  “Era obligación  del dueño darles atención por enfermedad, cuidar que oyeran misa,  proporcionar dormitorios con luz (encendida toda la noche) evitar juegos de azar y bebidas alcohólicas, retener un real de limosna para la confesión anual y pagar semanalmente.”   
Según Humboldt en su visita a Querétaro en el siglo XIX, la calidad de los propietarios que inicialmente eran solo peninsulares “fue pasando poco a poco a manos de los indios y de los mestizos de Puebla y Querétaro”.  El año con más obrajes en Querétaro es en 1743 con 30, que para 1810 solo eran 18. Los datos se toman de distintos obrajes en el virreinato y la ciudad de Querétaro, específicamente del de San Juan no hay descripciones, aunque no hay razón para pensar que las condiciones pudieran ser distintas.
Recreación personal, de la zona del Obraje, marcado con el punto Azul, detrás de él, en la actual calle H. Colegio Militar, el paso de la Acequia del pueblo.
El obraje  de San Juan del Río, dice la tradición, se ubicó en o cerca de la casa marcada hoy con el número 41 de la calle Morelos. (Otra versión  lo señala en esa acera pero entre Rayón y  Mina, anecdóticas ambas, no he podido hallar la dirección exacta en documentos) No hay datos que algún otro persistiera, solo este, que hasta nombre dio a la calle, las crónicas lo refieren “el obraje”, no uno de los obrajes, como sería si hubiera más. Hubo uno en la hacienda de Galindo, del que no se menciona giro. El edificio hasta 1990 conservaba una planta arquitectónica no muy antigua, parecía solo una casona más amplia que las vecinas, todo indica que si lo que se ve hoy fue el Obraje, su construcción dataría de la última época en que funcionó tal sistema aunque pudo ser que se reconstruyera, aprovechando la distribución y algunos espacios anteriores. Ya para esos tiempos era vecindad de primer patio, completamente deteriorada en los aplanados interiores, asomando la cantera de los muros y se usaba como pensión para toda clase de carros de comercio ambulante; elotes, chicharrones, fruta, etc., que diariamente  tras recorrer  la ciudad se guardaban  ahí  por la noche.  Se  le recuerda como distintivo un amplio y viejo portón de madera. Su interior iniciaba en ancho pasillo con habitaciones laterales, pasaba al igualmente flanqueado patio con arcos, seguramente ahí se llevaba a cabo la manufactura de productos y debió continuar hasta el fondo de la propiedad, donde corría la acequia. No sé si se modificó recientemente la planta de esta vivienda. 

El rubro del obraje del pueblo fue de artículos de tela, manta y paños , que para el proceso de teñido requería gran cantidad de agua que solo la ubicación en la parte trasera de la acequia Real les permitía, la lejanía del río no facilitaba su transporte en cantidad necesaria. Además sería, en la época de instalación del obraje, el lugar donde terminaba el pueblo en ese rumbo, lo que evitaría problemas sanitarios por los desechos. Ayala afirma que existió desde el siglo XVI aunque los documentos que menciona son del siglo XVIII, situándolo en esta calle, puede ser el que la tradición ubica en la casona nombrada. El obraje plenamente identificado y ubicado en esta calle perteneció según el dato más antiguo, a Doña Gertrudis Lozano de Soria, en 1708, dueña también del de Galindo.

De alguna manera el obraje del pueblo pasó a manos del Capitán Miguel Francisco Picaso, vecino del pueblo y de familia prominente, conservándolo al menos hasta 1741, cuando hay constancia de que durante una visita pastoral, el obispo de Michoacán realizó confirmaciones dentro de sus instalaciones.  A su fallecimiento, la propiedad pasó a su hijo Nicolás  Picazo, quien a su vez lo vendió al  capitán Francisco de Morán en 1760 quedando durante  muchos  años en poder  de  su  familia.  Un hijo  suyo  fue  el famoso  General realista, José Morán. Específicamente de este obraje de su propiedad, en 1794 Martínez de Salazar lo indica como el único del pueblo, ya cerrado desde octubre del año anterior, siendo “perteneciente a los bienes concentrados del capitán difunto Don Francisco de Morán”.  


Pintura Española del Cristo de Burgos, el de San Juan otorgaba 80 indulgencias 
 si mirando a la imagen se decía "venero y alabo a los  dulces nombres J. maría y J."  según contaba en una inscripción al pie, del lado derecho.
Su cierre provocó  “perjuicio y  atrazo de  los muchos pobres  que trabajaban en él, que pasaban de seiscientas personas”. Cifra dudosa por cuestión de espacio, para ser los que laboraban  en su interior,  seguramente incluía a todos los que les suministraban materias o hacían acabados o procesos especiales a los productos, labor realizada en sus propias casas o talleres, no exclusivamente en el edificio del obraje, y que al cierre obviamente resultarían afectados. Asimismo aclara Martínez de Salazar que  la  mayor parte de  trabajadores eran indios avecindados a esta vara  (se refiere con este término a  los de la República de Indios) y de las castas, siendo su principal industria la transformación de la lana y algodón, y trabajadas estas materias  también en los muchos telares que había entre estas personas,  entonces parados por no tener  “suficiencia para darles corriente” los cuales eran 12 en todo el pueblo, “repartidos en varias casas de sujetos con posibles”.  Si el obraje llegó a reabrir como tal, fue por corto tiempo. Aunque originalmente estuvo dedicado a San José, en su última época tenía la entrada tenía una capilla con una pintura del Santo Cristo de Burgos que años después fue trasladado al coro del Santuario del Sacromonte. Nos dice el Lic. Pájaro, estudioso de la historia religiosa local, que actualmente se desconoce su paradero, otro signo de identidad de nuestro pueblo perdido, tal vez para siempre, al menos estaba todavía ahí en 1971, por la descripción que de él hace Rafael Ayala.  

Extracto del libro "La acequia del pueblo"

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