lunes, 27 de noviembre de 2017

EL ÁNGEL DE SAN JUAN

EL ÁNGEL DE SAN JUAN

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Uno de los personajes más conocido de la ciudad, aunque no se crea, no es un político, tampoco un deportista, mucho menos un artista. Es un sencillo vendedor de dulces y esta es su historia:

Aunque nació en Tequisquiapan, por los años  vividos aquí, constituye un enlace entre el viejo San Juan, el de hace al menos unos 70 años y la moderna urbe actual.  Es común ver su lento transitar por las calles, arrastrando un diablito en busca del lugar propicio para su vendimia en el que una vez instalado, aparentemente vende poco, no es así. Observándolo un breve tiempo, puede verse que a pesar de lo exiguo de su mercancía, apenas cuatro cajitas de dulces, se le acercan infinidad de personas, todas le llaman con respeto: “don Ángel” o afectuosamente “Angelito”. El asunto es que mayormente son adultos, a los que alguna vez les vendió en su niñez y al recordarlo, acercan a hijos y nietos a que lo conozcan.
Una vez traspuesta su aparente reserva, es una delicia su conversación porque en más de cincuenta años recorriendo calles, espacios y eventos, conoció a todos los personajes públicos y privados, locales y foráneos. Su plática sabe a historia, una historia común a muchos y de la que él mismo es parte fundamental, dado que estuvo junto a deportistas, luchadores, boxeadores y artistas de época, a todos conoció, con muchos convivió, a todos recuerda. Su lista es grande, incluidos Jorge Negrete y María Félix (“a esa la tuve que ir a ver a Bernal”,  acota) El que nunca vino, dice, fue Pedro Infante.
 A los 12 años de edad, llegó a San Juan del Río, siguiendo a su padre, que había sido contratado como dependiente en un tendajón de la calle Morelos y una vez instalado, mandó traer a su familia. Este hecho trajo como consecuencia que interrumpiera los estudios iniciados en la escuela Leona Vicario de su tierra natal, los que ya nunca retomó.
Con el tiempo, el progenitor llegó a poseer en sociedad, una tienda en la mismísima plaza Independencia, “La Providencia” que cerró por mala administración. Así, el ya joven Ángel debió incursionar en diversos empleos, casi todos eventuales, pero casi siempre fue  vendedor de planta o ambulante de las más diversas mercancías.
¿Qué lo hace diferente a los demás de su oficio? Seguramente, en un día de tantos, sus pequeños ojos brillaron ante el oropel de un artista, de los muchos que se apersonaban en la Avenida Juárez, en la gran cantidad de restaurantes que había cerca del portal del Diezmo, sobre todo en la Bilbaína, sitio de reunión por excelencia de las celebridades hace medio siglo y a partir de entonces, debiendo continuar con sus ventas, al unísono utilizó el tiempo para conocer a los  famosos que cruzaban sus pasos, lo que no era difícil en pequeña ciudad. El encanto que le produjeron, no lo ha perdido, hasta la fecha conserva ese brillo en la mirada.
Es imposible en este espacio tan siquiera enlistar a los personajes que conoció, especial recuerdo guarda de cuando en una función en el lienzo charro, soltó su vitrina de gelatinas, para retratarse con Santo, el enmascarado de plata o cuando en la entrada a la calle de Cóporo vio a José Alfredo Jiménez tirando balazos y huyendo de otros empistolados, o cuando frente a él, Lucha Villa salía de la Casona durante la filmación de la película el Gallo de Oro.

Sus palabras trasladan siempre a lugares ya idos. Integrando el grupo acústico, los Líricos del Ritmo amenizó infinidad de fiestas, en la huerta de la Viña, el salón las Pompas, la Empacadora... o donde les agarrara el ritmo, así fuera el quiosco del Jardín Madero, alternando con la banda municipal. Las mejores calles de San Juan supieron de su habilidad con las maracas. Bohemio y Bullanguero en su juventud, daba rienda suelta en México a otra de sus pasiones, el baile, en los grandes salones de antaño: los Ángeles y el California o cuando asistía aquí a la cantina, la Surianita, a escuchar la sinfonola y aprovechando la cercanía, de vez en cuando ir, solo a bailar, aclara, con las damitas del 30 de Cóporo, en la hoy célebre casa de las Poquianchis.

Hasta la fecha y desde hace muchos años, porta una gorra de beisbolista, deporte del que fue espectador y practicante ocasional y en el que conoció a los jugadores locales, cuando era deporte de masas.

Dice haber presenciado las funciones de la compañía de títeres Rosete Aranda, que se instalaban en la Plazuela, en la hoy placita Morelos y la entonces desolada Rafaela Díaz, lo que le inspiró para poner en su casa un pequeño teatrito con muñecos que él mismo hizo y manejaba y al que se podía asistir  por solo 10 centavos.

Un buen día conoció a la que sería su esposa, Aracely, pero solo se casó con ella cuando en una tocada ganó mil pesos, usados para organizar la fiesta. Por cierto, dice, lo casó el Padre Leal, que tenía su Casa Hogar instalada en las actuales oficinas de JAPAM en la calle de Cuauhtémoc, de donde era y es vecino don Ángel. Formaron familia, integrada por ocho hijos, casi todos profesionistas, a quienes dio educación con su digno oficio.

Un día, hace ya muchas décadas, la necesidad le hizo salir  de casa con dos bolsas de ixtle cuyo contenido creyó de inicio era solo mercancía, poco tardó en notar su error. Bastó instalarse, esa primer mañana afuera del colegio Centro Unión, entonces en la calle 27 de septiembre: Para los niños, de esas bolsas, asomó un maravilloso tesoro: muñecos de plástico; Santo, Superman y el hombre araña; silbatos, espantasuegras, exquisitos dulces, ricos tamarindos y sobrecitos de chocolate. Ese fue el secreto, tocar el gusto infantil y venderles dulces ilusiones. Supo entonces su destino y lo aceptó, y para no errarle, repitió la fórmula, con iguales resultados en todas las escuelas, públicas y particulares de la ciudad, donde con el paso del tiempo se hizo indispensable y hasta sirvió de punto de referencia y guardería provisional. Ostenta el extraño record de ser el único ambulante que nunca ha sido corrido de afuera de las escuelas por los maestros, y ¿cómo? Casi todos. Por lo menos los nacidos aquí, fueron  sus clientes.

Adquirió por esos años, el don de la bilocación, es decir, el poder estar en dos lugares diferentes al mismo tiempo: era común que dos personas se encontraban y uno de ellos decía, -acabo de ver a don Ángel afuera de la “Corregidora”. No es cierto, respondía el otro, -yo vengo de la “Querétaro” y ahí estaba, hasta le compré unos paquines. Sabrá Dios si era cierto, don Ángel dice que era rápido para trasladarse pero no tanto. 

Hasta hoy, sale siempre con el mismo cargamento, ahora en un diablito, buscando a los niños de hoy, los de antes y los de siempre. Dice haberle en vendido a casi todos los presidentes municipales y hasta a sus papás; a diputados y funcionarios. Muchos de ellos no olvidan la alegría que les dio a cambio de unos pesos, que les cumplió un sueño o al menos un gusto, como cuando instalado en la acera ancha de la Calle Mina, les vendió sobres de “Ticos” a Pedrito Fernández y Tatiana, cuando filmaban “Un sábado más”. Así, es común que a él se acerque algún joven y en el saludo le deslice un billete, -“p´al  refresco don Ángel”, o que alguien le lleve un plato  de con comida. –Es que esta señora me dejaba cuidando a sus hijos afuera de la escuela, aclara, o que le compran dulces y no le aceptan el cambio.…

Y sí, es cuestión de tiempo, porque dice que ya se le empiezan a olvidar nombres, para que descubras que conoció a tu papá, que te cuente historias familiares que ni imaginabas y hasta te halle un pariente del que no tenías idea.

Su carácter activo le impide quedarse en casa y vuelve a las calles, una vez más, quizá extrañando ya no poder ir de peregrino al Tepeyac, como lo hizo por 24 años. Aunque dice ya cansarse, nunca lo denota, todavía se le puede ver en las noches, en el jardín Independencia y los sábados por las mañana, en el tianguis del Mercado Juárez, del que fue de los vendedores fundadores, y cómo no, si hasta el Reforma vio nacer, entre “puras bardas de piedra y nopaleras”.

A últimas fechas, ha tomado costumbre de asistir entre semana, por las tardes a las funciones de cine del portal del Diezmo, a veces duerme, los asientos del foro son ideales para eso, aunque él dice que no es siempre, que según cómo esté la película. La verdad es que dormita, quizá recordando cuando hace sesenta años, en el mismo edificio entraba a ver gratis el entonces novedoso invento de la televisión, quizá recuerda el San Juan que conoció en su niñez, las calles tranquilas en que todos se saludaban, cuando sí había educación y todas sus añoranzas, que deben ser muchas. 
Tras la venta o plática, a todos despide con una bendición, que de alguien de 87 años, como don Ángel Bárcenas Martínez ha de tener singular valor. Todos la recibimos con gusto.


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