miércoles, 11 de septiembre de 2024

Una historia del Rock en San Juan del Río

 Una historia del Rock en San Juan del Río


Hace algún tiempo, un lector sugirió escribir o relatar la historia del Rock en San Juan del Río, ello por algunas  entradas del blog que incidentalmente rozaban el tema. En honor a la verdad sentía que era algo de lo que no se disponía de la suficiente información y por su naturaleza está poco recopilada documentalmente por lo cual, si se obtenía con algunos de los implicados, terminaría siendo solo testimonial y muy poco histórica. Además, sentía que tenía que ser un miembro de la comunidad rockera quien lo tuviera que hacer por tener el conocimiento y el sentimiento para redactarlo adecuadamente expresando a la vez el mensaje de y para el gremio.

Algún tiempo después, a través de una publicación de mi maestro José Manuel Velázquez, se supo que un proyecto similar ya había sido materializado en un libro que incluso se encontraba a la venta a través de Amazon.

Una vez adquirido y disfrutado de su lectura, comencé una reseña que poco a poco se fue rezagando y quedó congelada por meses. Finalmente, supe que el libro El Rock en San Juan del Río, Querétaro: Fines de los sesenta, mediados de los setenta sería presentado durante los eventos de feria de 2024 por su autor Jaime Cardoso Hernández.

Así que lo que a continuación se ofrece, es la adaptación entre la reseña del contenido del libro y la presentación realizada, esperando sea de su agrado y les motive hacer lo posible por adquirirlo.

El Autor


Sanjuanense de aquellos tiempos, músico y roquero, vivió y disfrutó de la música desde siempre y del ritmo del rock, movimiento al que se Integró a partir de los primeros grupos locales que exploraron la novedad musical que representó poder interpretar lo que ya hacía algunos años se escuchaba a nivel nacional.

Para darnos el recuento de esas experiencias, recurrió a recopilar a través de entrevistas, información con algunos de sus colegas, contemporáneos suyos que en conjunto habían emprendido la aventura música relatada. Testimonios igual de valiosos todos sobre un tema del que poco se había redactado hasta entonces.

Varias generaciones de Sanjuanenses tuvimos la oportunidad de oírlos en vivo, tanto en los grupos originales como en los versátiles posteriores a los que se integraron, a otros ya no fue posible para muchos de nosotros escucharlos, pero siendo la ciudad aun pequeña en las décadas reseñadas, nunca faltó quien nos relatara a los que no lo vivimos: la fama local de grupos hoy casi míticos como el Apocalipsis, el Escuadrón 201 y el Rock Family, los más conocidos pero que no estuvieron solos en la corriente, a través de las páginas del libro surgen los nombres de muchos otros, algunos efímeros aunque no por falta de calidad, ya que muchos de sus miembros se integraron a las bandas contemporáneas o las subsecuentes.

La información obtenida de las entrevistas permitió enriquecer la redacción del libro que integra también los testimonios de los entrevistados en la redacción y la parte final del libro.

El contenido

El autor inicia, como debe ser, con la contextualización del tema en el espacio, tiempo y condiciones sociales de nuestra localidad y nuestro país, así como de la música en general en los tiempos relatados en el libro.

La estructura general del contenido sigue una línea de tiempo en la cual, inscribe por años, la situación del rock a nivel mundial, nacional y local, aderezadas con transcripciones de letras de canciones, descripción de bandas y detalles curiosos.

En lo que se refiere al rock local, por ser de primera mano, leemos un fluido relato de la experiencia personal del autor, que por su inquietud musical, o estuvo dentro de muchas de las agrupaciones relatadas o conoció a todos los integrantes de las restantes, y no se crea que solo da los datos duros de los grupos o su personal, línea tras línea, menciona incluso las condiciones en que se formaron, su repertorio, los lugares en los que tocaban, características de los integrantes y en algunos casos hasta de quien eran los instrumentos, quien se los prestaba o quien los cargaba. Incluso hay detalles de grupos foráneos que se llegaron a presentar

Reitero lo cercano de la redacción en la que Jaime, recurre sus recuerdos personales para darnos un cúmulo de información: muchos datos, personas y lugares que a quienes, aunque sea de rozón vivimos esa época, nos refrescan la memoria y traen de regreso situaciones que, si bien no están olvidadas del todo, con ciertas lecturas como la relatada vuelven de manera vívida,

Muchas anécdotas personales o del ambiente están ahí escritas, al inicio muy ingenuas, como era el ambiente del rock en sus inicios y de ellos los músicos o intérpretes, casi niños en busca de un sueño, al final, narraciones que se hacen adelante más existenciales o evidencian las duras decisiones que había que tomar en la vida de un rocanrolero, como las de todo ser humano, que implicaban a veces dejar el ritmo por el estudio o las tocadas por el trabajo. En algunas de ellas se percibe lo difícil y trascendental de la decisión tomada, pero nunca de arrepentimiento de lo que hicieron por la música local, mucho menos de sus vidas luego de la época relatada en la que muchos tuvieron que integrase a otra corriente musical.

Por trascendental, entre las anécdotas contenidas recalco la incursión sanjuanense de algunos de ellos y otros acompañantes al siempre recordado festival de Avándaro en el cercano estado de México pero que, por las condiciones, significó una verdadera odisea quizá conocida por todos ellos, pero no para la generalidad.

Los lugares

Entre los muchos tópicos abordados en el libro y entre líneas se pueden encontrar los lugares donde se presentaban los grupos. Locales en ese tiempo no prohibidos para ellos ya que por lo pequeño de la ciudad pertenecían a conocidos suyos o de sus familiares. Antes sitios de referencia, de todos sabidos, hoy devorados por la ciudad. Menciono algunos de ellos:

La Casona: antigua casa comercial en el Jardín independencia, al cerrar como tal el local vacío se alquilaba para fiestas y eventos musicales y ¿por qué no?... para alguna tocada. Hoy es las farmacias Guadalajara, Juanito y el edificio intermedio.

Salón Las Pompas: En la calle Cuauhtémoc, dicen que era un local muy grande que ni siquiera conocí en funcionamiento. Hoy creo que es un sanatorio.

El tejado: Llamado así por ser básicamente un tejaban, se localizaba en la calle 5 de mayo a la altura de la ESFAC, hoy es una papelería y otros negocios.

Agua Rica; Era un balneario que tenía una zona de tejaban, ideal para las tocadas. Hoy es una plaza comercial del mismo nombre.

 La presentación

Como ya mencioné se llevó a cabo como parte del programa de feria en el Foro San Juan del Portal del Diezmo el día 16 de junio, programado a las 6 de la tarde, inició retrasado como siempre ocurre con los eventos en esos días, dado que en las horas precedentes hubo muchos otros eventos.

El evento inició a telón cerrado y como se adivinaba bajo el cortinaje la presencia de varias personas y bases de instrumentos musicales, corrió el rumor entre la audiencia de que iniciaría con alguna interpretación musical: resulto falso y al levantarse el telón surgieron los encargados de la presentación:

Victoriano Sibaja, Ángela Lorena Espinoza Moreno, José Manuel Velázquez Álvarez, Andrés Anaya Trejo y el autor del libro en cuestión, que, a través de sus testimonios, muchos inscritos en el texto, relataron su impresión personal, respecto y dentro del movimiento.

El personal

Cual si fuera concierto, el foro estaba casi lleno, destacando entre el público gran cantidad de músicos de ayer, de hoy y de siempre, muchos de los consignados en el libro, muchos otros de tiempos más recientes, la banda en apoteosis, esta vez no al frente del escenario como en el añorado pasado sino como expectantes a la palabra de los ponentes, antes compañeros, siempre colegas que en cada palabra  les recordaban tiempos gloriosos de la música, tiempos pasados del san Juan en el que cantaron y al que le cantaron, un San Juan ya ido pero que fugazmente regresó a ellos en las palabras escuchadas.

Por turno, abordaron su experiencia como consumidores de la música, como integrantes de los grupos, como recopiladores de recuerdos, como músicos actuales, como amigos de Jaime, como acompañantes de aventuras, pocos se daban cuenta de que no estaban en la presentación de un libro sino de una época dorada de la que hoy son, junto con muchos otros, testimonios vivientes, pocas veces reconocidos si no es por ellos mismos y es necesario que su sentir se plasme en libros como el presentado.

Tras las emotivas palabras de cada uno, la presentación finalizó con el decir del autor, quien por el tiempo reducido, hizo un relato sucinto de sus motivos de la  estructuración y la realización del libro, Dado que él  actualmente radica en Arizona, se dio el detalle de que constantemente reconocía  en la audiencia  a compañeros de aquellos tiempos y no dudaba en dar su nombre y señas, como un reconocimiento a personalidades importantes en la música local y que hoy muchos no conocen, sin faltar el emotivo recuerdo de los que ya se han ido.  Emotivo fue el encuentro, inicialmente a través de la vista con más compañeros, a los que no dudó de nueva cuenta en nombrar al micrófono, situación que se dio incluso en la postrera ronda de preguntas con las que cerró el evento. 

La  del estribo

Al final, como en las tocadas de antaño al terminar la noche y no desmereciendo como público fiel, adivinando el pronto término, la audiencia pedía un palomazo, que no se dio. No obstante, al salir los ponentes, también como en aquellas noches de tocada, fueron seguidos por un público a las afueras del reciento, no obstante que esta vez no había el pretexto de entonces, de ayudarles a cargar las bocinas e instrumentos para al menos convivir un poco más con ellos. Ahí quizá sí se dio el palomazo, pero que ya no pude seguirlos para relatar porque tenía trabajo que hacer.

En el libro hay infinidad de nombres de músicos, y muchos más surgieron en la mesa de ponentes y entre el público mismo, no los menciono aquí porque no me vaya a faltar alguno y me pase como al autor que en un momento reconoció a un viejo musico, declarándolo el mejor baterista de San Juan, siendo que posteriormente reconoció a otro y también tuvo que nombrarlo el mejor baterista de San Juan. Calidad sobraba entonces.

Solo dos detalles habría que hacer del libro y la presentación: de lo primero, que tiene infinidad de fotografías de la época, pero en un tamaño muy pequeño que impide gozar de los detalles de personas y lugares. Sería conveniente si se da una edición posterior presentarlas en un formato mayor.

Respecto a la presentación el detalle fue que, al salir los rocanroleros, se llevaron la mitad del público quienes ya no regresaron a la conferencia sobre “Las Poquianchis en San Juan del Río, Historia de un Mito” que era el evento que seguía a continuación, a cargo de un servidor.

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SECCION COMERCIAL

Mencionaba al inicio que me enteré del libro en la página de Facebook de mi Maestro José Manuel Velázquez quien escribió la introducción y fue parte de la agrupación musical “Almas en la Hoguera”. Cuya historia relata en el siguiente enlace: 

(20+) Hoy es el Día Mundial del Rock,... - José Manuel Velázquez Álvarez | Facebook

Almas en la Hoguera. Grupo en que tocaba JMV,  1972. Fotografía tomada del muro de Facebook de José Manuel Velázquez. Uno de los mencionados en el libro.

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Y viendo que ya se narró el inicio, faltaría alguien de las generaciones subsiguientes  posteriores historia relatara las décadas posteriores.

Interesados en adquirir un ejemplar, pueden acceder a la página de Amazon en el siguiente enlace;

El rock en San Juan del Río, Querétaro: Fines de los sesenta, mediados de los setenta (Spanish Edition) : Cardoso, Jaime: Amazon.com.mx: Libros

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Y como un evento más del Colectivo Capa Roja y su autonombrado líder, Felipe Cabello, se invita a la segunda semana  de escritores en San Juan del Río. Para todos los gustos: Narrativa, poesía, drama, y hasta un libro gratis. Para que vayan agendando. Ahí estaremos.




domingo, 9 de junio de 2024

Entre doña Andrea y los museos

 Doña Andrea


Óleo del maestro Armando Otero, doña Andrea por llegar a casa.

El presente relato es uno de esos que quizá no tengan trascendencia histórica pero que considero hay que contar para que al menos quede constancia de que ocurrieron. En este caso, aparezco dentro de la narración sin más pretensión que la de dar a conocer otra historia del viejo San Juan, el que se va, no tanto como los museos de la ciudad, San Juan del que cada vez queda menos, no tanto como de esos museos.

 

EL LUGAR

Panteón de la Santa Veracruz y su museo anexo, que antes era de la Muerte, pero hoy no se sabe, supongo que el siguiente nivel es el del purgatorio, que si no de la resurrección.


EL PERSONAJE: Doña Andrea

Sanjuanense de nacimiento, vivió su niñez y juventud en la calle 2 de Abril del barrio del Calvario, de familia humilde como todas las que en su tiempo componían esa sección que concentraba mucha de la clase trabajadora de la pequeña ciudad, gente sin recursos para vivir en el centro o bien los ya pocos descendientes de los habitantes originales, quizá desde la época prehispánica.

En su edad adulta formó familia y vivió en varias partes del pueblo. Familia nuclear que, al paso de los años y en las últimas décadas de su vida se fue diluyendo y por cosas del destino enviudó. Al quedar sola y en esa situación volvió al barrio que la vio nacer.

Para esas fechas contaba con muchos años de vida y sin embargo, como mujer de antes (había nacido en 1889) consideraba, como siempre lo había hecho y por qué no otra vez, seguir su vida sin depender de otros.

En realidad, por la edad, era ya la década de 1970 y ella pasaba de ochenta años, era difícil que lo lograra así que otros familiares que tenía en las calles cercanas estaban al pendiente de ella.

Por la época en que nació, teniendo la ciudad una menor cantidad de habitantes, había conocido a muchos de sus contemporáneos. Entre ellos a don Guadalupe Trejo, de edad mucho menor a ella, pero al que seguramente conoció desde niño por haber nacido en el mismo barrio, siendo el hijo de don Rosauro Trejo, el peluquero de la calle de la Cuesta. (hoy Fernando de Tapia)

Por esos años, en la parte alta del calvario, el viejo panteón de la Santa Veracruz, luego de más de un siglo de inaugurado como favorito de las élites sanjuanenses, únicas que disponían de recursos para pagar las perpetuidades, estaba en su última etapa funcional.

Muy pronto, por su pequeñez, se colmó el cupo y los nuevos entierros fueron cada vez menos, solo de los cercanos de los poseedores de los derechos de perpetuidad, familias que en un siglo se habían ido diluyendo, envejeciendo y desapareciendo. Esos ires y venires demográficos y el cupo lleno hicieron que para los años sesenta del siglo XX, no hubiera deudos recientes y los descendientes de los viejos ocupantes iban acabándose al grado que ya pocos visitaban el panteón.

Siempre hubo un funcionario encargado del sitio; El panteonero municipal. No hay datos si vivía ahí, aunque había al menos un par de secciones donde podía hacerlo. Uno de los últimos panteoneros, casualmente o no tanto, desde la década de 1960 era don Guadalupe Trejo ya mencionado, que no vivía en el panteón, ya cerrado pero custodiaba las llaves. Al no haber entierros, solo asistía cuando algún deudo solicitaba visitar a sus difuntos acompañándolos para abrirlo y al terminar, regresaba a su peluquería en la calle de Coporo.

Tan poco era la asistencia, que en los últimos años ya ni siquiera iba a la parte alta de las peñas, dejaba la llave en una casa frente al panteón donde vivía don Raquel Otero, que era su familiar,  para evitar dar vueltas.

Al ocurrir el regreso de doña Andrea al barrio, de alguna manera consiguió que don Lupe le permitiera vivir en la accesoria del panteón, convirtiéndose en la única habitante viva del lugar durante muchos años.

 MI RECUERD DE DOÑA ANDREA

Debieron ser muchas veces las que fui, pero recuerdo especialmente una en que mi mamá me llevó de acompañante a, por encargo, ver a doña Andrea y llevarle comida porque según dijo estaba enferma y en cama.

Entramos por el acceso original, una puerta de madera junto a la entrada principal al panteón en la calle 2 de abril, a un pequeño patio descubierto donde lo primero que se veía al centro era un fogón sobre el piso de zoclo de ladrillo ya que ella siempre cocinó así, con leña recolectada en los alrededores. (había muchas partes todavía baldías o rurales)


Esquema personal, En azul la vivienda de de doña Andrea.

El pequeño cuarto donde vivía, a la izquierda del patio era reducido pero suficiente para ella. Aunque esta sección era original del panteón, ya no tenía acceso a él, porque el vano de la puerta donde estaba el acceso había sido tapiado muchos años antes.

En la pequeña habitación había una cama donde doña Andrea reposaba su enfermedad, completaban la escena una mesa pequeña, una silla y un trastero empotrado en la pared, donde conservaba sus pocos trastes. Algunas cajas más completaban sus pertenencias.

Mi mamá como correspondía le dio de comer, recogió un poco el local y estuvo al pendiente del fogón que habíamos hallado calentando una olla de barro. Esas labores las realizaban constantemente, sus únicos familiares que le quedaban; una hermana menor  una sobrina, la señora Teresa Hernández y sus hijas. Lo poco que se podía hacer por una persona que a pesar de su edad y quizá por ello, necesitaba poco y pedía menos ya que, aunque encorvada, se desplazaba libremente apoyada en un bordón.

Fue la última vez que recuerdo haber visto a doña Andrea, incluso siempre tuve la idea de que había muerto en esa cama y a causa de esa enfermedad.


PRIMER INTENTO DE MUSEO DE LA CIUDAD 

El primer intento de museo arqueológico de nuestra ciudad se dio durante la feria anual de 1977. Como parte de los eventos de feria, se instaló en una casona de la calle 16 de Septiembre, una exposición de objetos arqueológicos. El patronato de feria se dio a la tarea de obtener de colecciones particulares, muchas piezas recolectadas durante siglos en la ciudad, sobre todo en su parte sur, incluso vestigios traídos de la Estancia.  Esta exposición llamada “Museo de Historia y Arqueología” fue temporal pero además de las piezas prestadas, se recibieron donaciones de manera que se pudo conformar al menos una base de objetos para exhibición.

EL PRIMER MUSEO

Fotografía de Versión de Provincia. 1977 Inauguración del museo, A los lados del de la tijera, don José Velázquez y Juan Almaraz.

Con el antecedente de la exposición y cercano el 450 aniversario de la mítica fundación de San Juan del Río, el mismo grupo de sanjuanenses y otros allegados tuvieron la idea de utilizar el abandonado panteón como sede permanente de un museo local. Dado que no tenía siquiera una sala de regular dimensión para la exhibición de las piezas, desde 1980 se construyó en el ala norte, un nuevo espacio para ese propósito, adaptado al estilo antiguo, se reubicaron tumbas y se embelleció lo mejor posible todo el conjunto.  Llamado Museo de la Santa Veracruz abrió sus puertas el mero 24 de junio de 1981, a las 2 de la tarde, Se considera el primer museo de la ciudad. Exhibía casi exclusivamente piezas arqueológicas propias además del espacio funerario del edificio, Por sus características, era lo que hoy llamaríamos un museo comunitario, funcionó bien al inicio, luego intermitentemente. 



Fotografías personales: Placas de inauguración del primero museo en el panteón de la Santa Veracruz.

SEGÚNDO MUSEO

Para 1997 se anunció una reconversión que implicó que las piezas prehispánicas fueran trasladadas a la sala “Iztacchichimecapam” que se construyó en el edificio de la antigua Cárcel, en la Avenida Juárez adaptado como espacio Cultural por el municipio. Igualmente, dedicado a la exhibición de piezas arqueológicas locales y algunos dioramas de los espacios naturales. Puede considerarse el segundo museo de la ciudad. Extrañamente ya no todas las piezas del anterior museo llegaron al nuevo, ignorándose su destino.

Mientras tanto el de la Santa Veracruz se convirtió en “Museo de la Muerte” bajo una museografía temática relativa y adaptando su única sala para la exhibición de las costumbres funerarias desde la época prehispánica hasta la moderna.

Fotografía personal, Entrada al museo de la muerte y panteón de la Santa Veracruz.


La muerte prehispánica (en tierra, petates y ollas)

-       Entierros en Iglesias

-        Algunas piezas prehispánicas.

-       Un panel con obituarios impresos.

Y, en un espacio aparte a la sala, se mostraba la supuesta celda de una monja coronada, es decir muerta y amortajada en su propia cama, con indumentaria especial.

En lo personal, para mí fue una impresión cuando lo vi por primera vez porque resulta que el espacio adaptado como celda era en realidad la accesoria donde vivía doña Andrea, solo que el vano que daba al panteón se había destapado y a la vez se tapió el que daba a su patio Fuera de eso era el mismo lugar, quizá solo repintado: permanecía el piso de zoclo de ladrillo, el trastero en la pared, incluso la cama con el maniquí de la monja estaba en la misma posición que el catre donde había visto por última vez a doña Andrea, por eso digo lo de la impresión porque desde una puerta diferente estaba viendo, la misma escena que cuando era niño y como seguía con la idea de que había muerto en ese lugar, tuve que pedir información con la familia.

Resulta que cuando se empezó a adaptar el primer museo, el único detalle era que en la accesoria habitaba doña Andrea, incluso fue tema de una sesión de cabildo el qué se iba a hacer con “la señora que vivía en el panteón” (sic) porque resulta que no murió en la enfermedad en que la recordaba, sino que vivió varios años más.  Ante las circunstancias y contra su voluntad, porque ella quería seguir ahí, mi tía Tere, ya su único familiar la llevó a otro rumbo donde falleció a los 96 años a causa de un accidente en un fogón, donde seguía cocinando como era su costumbre.

Fotografía de  Ramiro Valencia, 2006,  La celda de la monja Coronada , antigua vivienda de doña Andrea.  A la izquierda la puerta tapiada que daba a su patio y el trastero empotrado en la pared. 

Su espacio entonces fue adaptado, se quitó la puerta de entrada directa desde la calle, lo que era su patio al parecer se anexó a la iglesia porque ya no se ve desde el interior, si no se ha cambiado, seguramente todavía está en el piso la marca del fogón donde por años cocinó doña Andrea. Hoy en la fachada del panteón, solo queda la reja y una marca en la pared donde estuvo la entrada a la accesoria. 

Plano del edificio, INAH  modificado, En azul la casa de doña Andrea, en rojo la sala construida en 1981. 

 

LOS MUSEOS SEGUNDA PARTE (y última)

Como temático de la muerte, el museo en el panteón tuvo durante años relativo éxito turístico, se le ha utilizado además como espacio para otras actividades culturales. Ha sido objeto el edificio de varias remodelaciones, siempre se dice lo mismo; que, porque está muy deteriorado y se le van a hacer reparaciones ahora sí de fondo, pero solo duran algunos años.

La sala Iztacchicimecapan continuó varios años más, en el antiguo edificio de la vieja cárcel, adaptado todo para espacio cultural y sede de las oficinas municipales relativas. Incluso, en otra ala del edificio se instaló con museografía especial, una sala llamada "Aurora Castillo Escalona” con museografía moderna y sobre todo material visual, se exponía parte de sus investigaciones sobre el pasado de la ciudad.



Fotografía personal.   Al interior del Centro Histórico y Cultural,  la sala Aurora castillo..

Ambas salas fueron desmanteladas en el año de 2015 cuando una vez remodelado el edificio de enfrente, el portal del diezmo, se traslado ahí toda la parafernalia cultural municipal, pero paradójicamente ya no tuvo espacio para un museo, según se dijo el otro edificio ya se estaba derrumbando y los objetos se guardaron en cajas, otra vez fueron a destino incierto. Por cierto, el riesgo de derrumbe no ha de haber sido tanto, 9 años después, siguen dentro oficinas diversas y hace poco hasta se instaló una sala turística dedicada al vino.

Hace un par de años se anunció otra de las cíclicas remodelaciones del Museo de la Santa Veracruz, consistente principalmente en quitar la museografía de la muerte y se anunció que ahora ya era “museo de sitio”, Igual que siempre, los objetos fueron encajonados. No hallo sentido a un museo de sitio, sin objetos solo es un edificio histórico, quizá monumento histórico, pero no un museo, supongo que los objetos son menos importantes que las exposiciones itinerantes y eventos New Age que ahora se hacen ahí.

Aunque se menciona que no hay espacio para un museo en la ciudad hay muchos lugares disponibles, pero sin voluntad no sirven. Debió ser prioritario instalarlo cuando se recibió desocupado el edifico del Portal del Diezmo, o bien al quedar desocupado el del Centro Histórico, había una sección nueva donde estuvo la biblioteca municipal que pudo adaptarse.  O reparar todo el edificio, ya se vio que no está tan mal, y ocuparlo todo, Ni hablar del antiguo edifico de la presidencia municipal, que tiene como 5 años como candidato a y no se ve nada claro. Si tarda más seguramente van a decir que se está derrumbando.

Hace 44 años un grupo de Sanjuanenses, sin recursos públicos, poniendo tiempo, recursos y hasta trabajo manual lograron crear un espacio para mostrar el rico patrimonio arqueológico del municipio, hoy parece imposible de replicar.

Hoy San Juan del Río, la gran ciudad, no tiene un museo de Historia o arqueológico, al parecer hay cosas más importantes, al fin que los objetos pueden guardarse en cajas, guardarse en el mejor de los casos, no protestan. Hay muchas pláticas, muchas conferencias, pero no un lugar con el material físico que lo sustente y dé sentido a las referencias.

Lo de doña Andrea, que era tía de mi tía Teresa Hernández, sirva esto como un recuerdo a su memoria por su singular vivienda. Sanjuanenses de antes que no volverán, como los museos… perdón, creo que eso ya la había dicho

Aunque ya pocos la recuerdan, entre ellos el pintor Armando Otero es de los sanjuanenses que siguen dando tema a conversaciones, Hace algunos años, ante la efigie de la monja en el Museo, platicaba la historia de cuando vivía ahí, casualmente algunos turistas las escucharon y como teléfono descompuesto, después, en otra parte del museo los escuchamos decir que yo había dicho que la señora que estaba ahí era el cadáver de mi abuela…

Fotografía  del Instituto de Cultura. 2016, De los últimos arreglos de la celda.


Fotografía personal.  El maestro Armando Otero señalando en su obra la entrada a la casa de doña Andrea.

Fotografía personal.  El maestro Armando Otero señalando en terreno la entrada a la casa de doña Andrea. En realidad era dos metros a la derecha,

Andrea Hernández Hernández

1889 -1985

D.E.P



Otro óleo del maestro Armando Otero, Doña Andrea se va... como los museos.

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EL CHICHIMECA AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD O AL REVÉS
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Dado el interés que tuvo la conferencia del año pasado sobre el tema, Como parte del programa de feria 2024  se repondrá con algunos agregados, dado que es investigación en curso. Para los que no pudieron asistir la pasada o quienes quieran repetir. Ahí los espero.

  


sábado, 23 de marzo de 2024

Recuerdos de aquellos tiempos 5 Capítulo Cinelandia.

 

Recuerdos de aquellos tiempos 5 Capítulo Cinelandia.

 

Fotografía personal, de las últimas fotografías del cine, ya cerrado por la huelga.

Existió hasta la década de 1990 en San Juan del Río, un cine que durante mucho tiempo fue el único centro de diversión de la ciudad. Entre las muchas generaciones de Sanjuanenses que lo disfrutaron en todos los sentidos ya que además de lo puramente cinematográfico, fue lugar para espectáculos, eventos sociales, políticos y escolares.

Presento a Ustedes la recopilación de recuerdos, anécdotas, muchas personales, muchas comunes a todos los que ahí estuvieron.

Como en todas las entradas de esta serie, esperando les traiga un recuerdo pero sobre todo una sonrisa.  


Su nombre oficial era “Teatro Cinelandia” pero era conocido popularmente como el “piojito”, piojilandia y piojorama.

La taquilla era una caseta hexagonal en el centro del vestíbulo. Aunque a veces la misma que te vendía los boletos era quien te los recibía a la entrada.

Como era de segunda categoría, las películas presentadas dependían de que llegaran los carretes de los de primera de la misma empresa.

Por la misma razón, la programación a veces era de una sola película larga, o programas dobles y hasta triples.

Como casi nunca había estrenos, casi siempre había permanencia voluntaria.

En sus comienzos era de un solo piso y dos categorías: luneta, o sea asiento individual o banco de madera comunal.

Al agregársele el segundo nivel, abajo eran las lunetas y arriba gradas de cemento.

La dulcería era muy surtida y cara, lo mismo vendía dulces muy exclusivos, que como otros completamente locales.

Por las concesiones del Circuito Montes, al cual pertenecía, solo se vendía Pepsi y Jarritos, nuca entró la coca cola.

Había venta de palomitas, pero no eran tan populares como hoy.

Como no tenían congelador, las paletas de hielo llegaban un poco antes del intermedio en una caja metálica para preservarse.

Se vendían pepitas en un canastón como el del pan.

Los gritos populares eran el nacional ¡Cacaro!  al apagarse las luces y ante cualquier falla o interrupción ¡Deja a la dulcera!

Se presentaban en la feria muchos eventos, inauguración, coronación, los juegos florales y el míster San Juan, o sea los más ponchados del pueblo. asistiendo los más ponchados del pueblo, incluidos varios trabajadores del rastro, en los últimos años ya participaban féminas como concursantes (y muchos más hombres como espectadores) Luego se profesionalizó el asunto y ya no fue lo mismo porque había muchos foráneos.


La gente se emocionaba de verdad en las películas de luchadores y echaba porras, casi siempre al bueno. El santo.

En las novatadas de la prepa a veces terminaban con los rapados viendo gratis una función del cinelandia (en gradas obviamente)

Al salir los sábados, cuando se presentaban películas de Karate, los niños trataban de imitar lo visto, colgándose de las rejas de los Valenzuela, sobre las bancas de la Av. Juárez o en las jardineras de la Plaza Independencia.

Algún día tuvo un letrero luminoso vertical adosado a la fachada. que no duro mucho porque era muy grande y pesado y la estructura no podía sostenerlo.


Fotografía personal, recreación de cuando tenía su letrero luminoso.


Los sanitarios estaban en un entrepiso, los de la planta baja Debian subir por las escaleras.

Aunque teóricamente no se permitía ingresar alimentos, en la vida real se metía lo que se pudiera, tortas, tacos, gorditas, carnitas, pollo rostizado, guisados y refrescos en el tamaño más grande que era el familiar. Muchas madres llevaban hasta loncheras de pisos con varios guisados.

Al principio había muchos vendedores afuera, de Alimentos diversos, poco a poco se fueron.

Supuestamente estaba prohibido fumar, y había un aviso de ello en la oscuridad, pero creo que nunca se obedeció. No había peligro de incendio porque el piso era de cemento.

En ambos pisos había un policía siempre atento a que no se lanzaran objetos a la pantalla o se dijeran groserías, actos que ameritaban ser sacado ipso facto de la sala.

Ya existían vasos desechables, pero era más común que vendieran el refresco y dejaran importe por la botella.



No tenía aire acondicionado, pero toda la sala estaba recubierta con fibracel, lo que daba cierto grado de aislamiento.

Los días del niño había promociones diversas, casi siempre descuento y las escuelas o padres de familia llevaban a los niños ese día

En su inauguración tenía hidrantes para tomar agua en el interior del único piso.

Nunca cerraba, solo cuando había otro tipo de eventos no había proyecciones.

En la época final, el proyector constantemente quemaba la cinta aparecía una mancha que iba creciendo poco a poco hasta que había que detener la proyección.

En la época de oro del cine nacional había llenos completos, únicas veces que no hubo permanencia voluntaria.

Había muchas funciones de beneficio, sobre todo para escuelas.

Casi siempre hubo matiné, hasta entre semana, con películas diversas, luego solo los domingos con temática infantil.


Chabelo, pepito, el santo, viruta y capulina, Gastón Santos y luchadores diversos eran las estrellas del matiné.

Aunque lo correcto era decir la matiné, aquí siempre se le dijo el matiné.

Los del piso de abajo debían salir un poco antes del final de la función, porque los de arriba, al salir lanzaban hacia abajo toda clase de líquidos, incluso los envases de vidrio.

Alguna vez alguien rasgó la tela de la pantalla con una navaja, que se remendó, pero siempre quedó la “cicatriz” b,

Cuando se apagaban las luces para iniciar la función, después del ¡Cácaro! no faltaba alguien gritando ¡Ya llegué Cabrones!  o ¡Ya llegó su padre!

En los ochenta, casi siempre se proyectaban películas clasificación “C” supuestamente solo para adultos, aunque no llegaban a nopor, lo extraño era que siempre había mayoría de alumnos de la secundaria.

Ahí se efectuaban las tomas de posesión e informes de gobierno de los presidentes municipales.

La pantalla era gigantesca, mayor que cualquiera de las actuales.

Tenía marcos metálicos en el centro para sus carteles y repartían programas de mano.

La mayor fila recordada en los últimos tiempos fue cuando se proyectó “el Chanfle”.

casi postreramente se sostuvo proyectando indiscriminadamente un día sí y los demás también, cintas nopor extranjeras, ya hasta sin subtítulos o traducción. (Que en realidad no era muy necesaria, como quiera se entendía)

Al final, su único atractivo era la oscuridad, y se hizo popular como sitio romántico de quienes no querían que los vieran.

La oscuridad era más oscura por alguna razón desconocida, si salías al baño o a la dulcería, difícilmente llegabas al mismo lugar dónde estabas antes, hasta que te acostumbrabas otra vez a ella.




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Todas las imágenes en rojo son de los programas de mano del Cinelandia.

Como siempre, una disculpa por no ser más constante en las publicaciones, pero, ¿a poco ya leyeron todas las 210 entradas?   de ser así  van algunas emás en estos días. 


Para los nostálgicos, hay,  además de lo presentado, otras cuatro entradas con recuerdos similares, no del cine, sino de toda la ciudad.


Anuncio descarado. 


Cordialmente invitados, no falten.