domingo, 16 de octubre de 2016

¡Viva San Juan del Río!

¡Viva San Juan del Río!
Río San Juan, al sur de la Ciudad.
El asunto era pleito casado desde muchos años antes, así que no fue extraño para nadie un roce más.

Casi desde su creación, San Juan del Río gozó de derecho al agua del cercano río, lo que le permitió canalizarla para el riego de las parcelas que en una primera época componían el fundo del originalmente pueblo de indios.

Con la recomposición que se dio en el siglo XVII, algunas secciones se destinaron como área urbanizada para esos mismos habitantes y además, mestizos y españoles que de una u otra manera se hicieron de predios.  A partir de entonces, el área agrícola propiamente dicha se relegó al cinturón circundante del pequeño pueblo y los aún amplios espacios del centro se constituyeron como huertos domésticos, aunque ya delimitados dentro del área de las viviendas particulares.

Fueron, hasta el siglo pasado, legendarios los espacios dedicados exclusivamente como huertas, además de las más pequeñas que tenían la mayoría de las casas desde el siglo XVII. Aunque al fraccionarse los predios originales se perdieron algunas, muchas se conservaron hasta hace poco.

Para su sostenimiento, huertas y sembradíos dependían del agua de lluvia, que un régimen pluvial más estable que el actual les subsanaba. Ya fuera por lluvia directa o canalizada  en los varios sistemas hidráulicos que aprovechando el cauce de los antiguos arroyos tuvo el pueblo, Este sistema era efectivo, pero esporádico, solo funcionaba después de las lluvias, por lo que no era confiable.

Aclarando de antemano que el río San Juan nunca tuvo una corriente permanente respetable, como dicen algunos nostálgicos, sí era impresionante su caudal en época de lluvias y conforme esta pasaba, se conservaba un paso mínimo.

Para evitar que las avenidas de agua se perdieran, desde el siglo XVI  se canalizó parte de su corriente por medio de una acequia, que atravesaba todo el pueblo, y permitía que los sembradíos de las afueras y las huertas del centro subsistieran.

Aunque al llegar al pueblo, el río es uno solo, en realidad, está compuesto de varios afluentes  que desde su nacimiento, en la presa de Huapango, en el estado de México, va recogiendo en un poco más de  40 km.

Dicha presa, data de finales del siglo XVI, cuando los indígenas de Jilotepec, con apoyo del encomendero Pedro de Quezada, aprovechan un área pantanosa alrededor de unos ojos de agua,(manantiales) que la formaban, desbrozan el terreno convirtiéndola en un área susceptible de almacenar gran cantidad de líquido.

Imagen de Google Earth 2016. Hacienda de Arroyo Zarco, estado de México.
El represamiento dio a los habitantes de San Juan del Río, el derecho de disponer del caudal aunque una parte se destinó específicamente en favor del encomendero para sus propiedades. (Aunque Ayala deja entrever que la porción otorgada a Quezada se destinaba a sus propiedades alrededor del pueblo, parece que en realidad, la destinaba a labores en  la Hacienda de Arroyo Zarco, en el estado de México, punto intermedio entre el nacimiento y San Juan del Río, donde seguramente a través de una represa tomaba su parte y dejaba correr la restante)

Una vez concluida la presa, el hecho de estar confinado el líquido permitió regularizar el riego y disponer de él líquido en periodos convenientes, aún en tiempos de sequía, se tenía al menos de la indispensable.

El hecho de que durante muchos años no hubiera asentamientos de importancia en el trayecto del río, hizo que la situación de disfrute casi total del agua almacenada en la presa de Huapango, que llegó a tener más de 28 km de largo y 4 de ancho, además de la que se le iba agregando por sus tributarios en el recorrido, hizo pensar que  la situación sería así por siempre.
Los tiempos cambian, los propietarios también, la costumbre más. A finales del siglo XVIII, La hacienda de Arroyo Zarco, comienza a disponer de manera total del caudal, para uso propio e incluso la distribuye por cuenta propia a algunas haciendas y nuevos asentamiento afectando con ello al pueblo de San Juan del Río, que a partir de entonces jamás dispuso ya de la totalidad del líquido.

Existe gran cantidad de documentos relativos a los pleitos que emprendió San Juan por recuperar ese derecho, contra las Hacienda de Arroyo Zarco, Cazadero, la Llave, etc, durante más de un siglo, solo hacer constar que el estira y afloja, a veces favorecía a San Juan, a veces a los otros, pero poco a poco se tuvo que ceder e ir otorgando a los nuevos asentamientos parte del vital líquido, de tal manera que desde inicios del siglo XIX, lo que llegó a San Juan cada vez fue menos. La  situación no derivó en una catástrofe para el pueblo, porque a pesar de todo, había, delante de la hacienda, más afluentes del río, el más importante, el San Ildefonso que permitieron, en condiciones más precarias que sobreviviera la agricultura y las huertas de San Juan del Río. Parece que con lo que nunca estuvieron de acuerdo habitantes y autoridades, fue en tener que ir a Arroyo Zarco, a solicitar a los diferentes dueños, que abrieran las compuertas y dejaran correr el líquido a San Juan.

Como dije, los dimes y diretes fueron constantes, y cada vez se llegaba a acuerdos que casi nunca se cumplían por la otra parte o bien los de San Juan nunca estaban satisfechos por lo que les tocaba en las negociaciones. Hoy solo narraré uno de ellos, que tuvo repercusión a nivel nacional y requirió la intervención del mismísimo Maximiliano de Habsburgo para dirimir la cuestión.

Luego de salir de su nacimiento en la Presa de Huapango, cerca de Jilotepec, el río cruza los terrenos frente a la Hacienda de Arroyo Zarco. Adelante existía un punto cercano al Camino Real, llamado La Soledad, donde se ubicaba un puesto de remuda de para las diligencias que lo transitaban. Originalmente solo era una casucha en medio de la nada, donde se cambiaban caballos y se daba alimento a los viajeros, más adelante, el río entra a terrenos sanjuanenses, por San Sebastián de las Barrancas.

Fotografía de 1918,crédito a quien corresponda, El salto o Cascada de Taxtó y la poza .
Resulta, que a principios del siglo XIX, alrededor de la Soledad, comenzó a establecerse un poblado. Entre sus habitantes predominaba el apellido Polo, por lo que se decidió llamarlo Polotitlán. El lugar creció de manera rápida y requirió de un abastecimiento de agua. Por un acuerdo decidieron tomarla del río San Juan, que no pasa cerca de la población mencionada, pero sí en terrenos que le pertenecían, específicamente en San Nicolás de los Cerritos, en donde se forma un pequeño Salto de unos 5 metros de altura llamadó Taxtó, y tras él, un depósito natural  o poza, donde se había hecho una represa que desviaba, a través de un acueducto de piedra, el agua necesaria para Polotitlán.

Dibujo de 1864, la presa destruida por los sanjuanenses. La letra c indica la salida a Polotitlán..
Algo no debió parecerles a los habitantes de San Juan o  fue un año de escasez del líquido, el caso es que alguno o algunos de ellos (nunca se supo quién) a inicio de 1864, destruyeron el dique y todavía se atrevieron a escribir con letras blancas  a un lado de la cascada “Viva San Juan del Río”. Cesando así el paso de agua para la población mexiquense.


Extracto del informe de Jiménez, detallando  el salto, la presa , el acueducto y el Viva San Juan del Río, y el "carácter de venganza que tanto lo afea"
Ante la natural queja de los habitantes, tuvo que intervenir el gobierno imperial. Nombrando al “Sr. Ing. D. Francisco Jiménez, inspector general de caminos” para zanjar la situación. Y así, en la Prefectura de San Juan del Río, el 28 de abril de 1864, se reúne este con “los Sres. Don Ángel M. Domínguez, síndico 1°  del M. I. Ayuntamiento de esta ciudad y el Sr. Lic. Juan M. Díaz Barreiro, comisionados por dicha Corporación para conferenciar sobre la cuestión de aguas que existe con el pueblo de Polotitlán, y los Sres. D. Fortunato Garfias y D. Miguel Polo, como representantes del Sr. José María Garfias comisionado por Sr.  Prefecto de Tula como representante de dicho pueblo de Polotitlán” También estuvo presente el Prefecto Político,  Ramón Macotela.


Informe de Jiménez trás la primer reunión, puntos irreconciliables.
La función de Jiménez desde el inicio era proyectar una obra que repartiera el líquido en partes equitativas y solicitaba opinión de ambas partes. Por ser posiciones encontradas, la reunión debió ser muy ríspida, cada uno alegaba su derecho, los de San Juan consideraban excesivo, por el poco número de habitantes, lo que le tocaba a Polotitlán, y estos pedían la tercera parte del caudal y se ofrecían incluso a costera la obra. Los de San Juan alegaban que al estar la presa más cerca de los otros, habría abusos y desavenencias como “siempre ha habido”. La tensión por las cantidades que corresponderían a las partes, llegó a tal grado que al no haber acuerdo, se atuvieron a lo que dispusiera el comisionado.

El mencionado, hizo una exhaustiva medición de las cantidades de agua que llegaba a cada uno de los afluentes, gasto por evaporación, velocidad, la cantidad por habitante que tocaba y muchos detalles técnicos más. Realizó varios recorridos entre Taxtó y San Juan del Río, en la presa Lomo de Toro, inspeccionó las acequia del Pueblo y la del Barreno, siempre acompañado de los representantes de ambas partes. Por San Juan, además de los ya mencionados, estuvieron don Guadalupe Perrusquía, infaltable en esos años, Miguel Silis y Juan V. Legarreta.
  
Finalmente, en junio de 1864 se construyó un nuevo dique, con las especificaciones que determinó el representante imperial, a un costo de 105 pesos, pagados por Garfias, con la promesa de reembolso. Jiménez da a entender que a pesar de todo no convenció a nadie, que los de San Juan insistían en ser dueños absolutos del agua y los de Polotitlán  que era poca la que les había tocado. Incluso, se retiraron de la reunión para la firma  y muchos de los habitantes  de las dos partes no firmaron, sin embargo, el acuerdo  tuvo validez legal… seguramente solo hasta la siguiente desavenencia.
Fotografía de 1918, crédito a quien corresponda. La presa, probablemente parecida a la reconstruida en 1864. 

La presa, sobrevivió muchos años, del acueducto, en alguna ocasión, andando por San Nicolás de los Cerritos, pude conocer una parte, en la ladera de una cañada, era una zanja, excavada en la roca y cubierta por lajas. Por estar despoblada aún esa parte, supongo que todavía existe.
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Creo que me ando metiendo en los terrenos de don Javier Lara Bayón, bloguero mayor de Aculco, a ver si no me regaña.

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