martes, 30 de abril de 2019

UN CULTO INSÓLITO EN LA ESTANCIA SAN JUAN DEL RÍO, QRO. EL NIÑO MANUEL


(Tercera entrega del especial dedicado a esa localidad)

Fotografía personal, 2017. El  Niño Manuel.

Comentaba la entrada pasada que recibí la invitación a ese lugar para asistir a un evento religioso, la conmemoración de la muerte de uno de los últimos dueños de la hacienda de la Estancia Grande, antecedente de la actual población.

Invitación al evento, 2017.


Manuel Jesús Campos Loyola fue su nombre completo, descendiente de la familia del 2° Marqués de La Villa del Villar del Águila, el constructor durante la colonia del acueducto de Querétaro y en línea directa del 6° Marqués y la todopoderosa familia del porfiriato, los Fernández de Jáuregui. Nació en la ciudad de México el 24 de noviembre de 1904 y fue bautizado el 26 de febrero de 1905, hijo de los señores Pedro Campos y Luisa Loyola, fue el último de seis hermanos, Carlos, Luisa Javiera, Pedro José y Gonzalo Juan de quien fue gemelo. Fue también nieto de Bernabé Loyola, en quien se concentraron finalmente las vastas propiedades de la familia ya mencionada.

Entre los repartos correspondientes de propiedades familiares, correspondió a su madre, Luisa Fernández de Jáuregui, quien había enviudado joven, al menos el usufructo de algunas haciendas, a través de la sociedad Carlos Ma. Loyola Hnos. En San Juan del Río, pertenecían a esa sociedad algunas propiedades urbanas y la completa extensión de las haciendas La Venta, Ojo de Agua y la Estancia Grande, un total aproximado de 75,000 hectáreas.

Al piano, la Señora Luisa Loyola Fernández de Jauregui, mamá del niño Manuel, Fotografía de 1908, tomada del libro de Esteva, 2011.

A Luisa, en 1920, al deshacerse la sociedad, le correspondió en propiedad la Estancia Grande, que fue administrada por sus hijos, tras su reparación  ya que por entonces estaba abandonada y solo servía como bodega de la sociedad, ahí vivieron incidentalmente los mayores y participaron de una u otra manera en su manejo, aunque finalmente recayó en Gonzalo, Carlos y Manuel, luego solo en los dos últimos y a partir de 1925, el administrador único fue Manuel, haciéndose cargo de los por entonces 1500 habitantes.

Con su abuelo, Bernabé Loyola, los dos niños al centro abajo, son  Carlos y Pedro Campos Loyola, hermanos de Manuel. Fotografía de 1908, tomada del libro de Esteva, 2011.

Como todos sus hermanos, Manuel había recibido una sólida educación religiosa aunque no abrazó el sacerdocio, como si lo hizo su hermano Benito, tuvo siempre una gran inclinación hacia las obras pías, de pastoral y de organización religiosa, influido por las enseñanzas de su guía espiritual, el Pbro. Zacarías Gómez, discípulo a su vez de Florencio Rosas.  

Sabiendo que la propiedad correspondía a su madre, los hermanos fueron llamados por los trabajadores “los niños” aunque ya eran adultos y él en especial, a pesar de haberse ya convertido de facto en el patrón, siempre fue llamado “El Niño Manuel”.

Desde sus primeras incursiones en la hacienda, se convirtió en fuerte guía y consejero espiritual para los trabajadores, de inicio como padrino religioso en todo lo posible, de tal manera que estableció con ellos lazos perdurables. Incluso, se dio el lujo de prohibir el alcohol y el baile en las fiestas. Fue promotor, benefactor y hasta voluntario en el viejo hospital de San Juan del Río (el que funcionaba junto a Jesusito) donde muchas veces se le vio velando el sueño de sus trabajadores en apoyo a las religiosas que lo administraban. Siendo dueño de un automóvil, no pocas veces lo utilizó para el traslado de los enfermos y de manera insólita, era capaz, en aras de dar un consejo, de dormir a la intemperie con sus trabajadores o pasar la noche en el suelo en las rústicas habitaciones de estos tras la consabida plática y el rezo de oraciones. Por las noches, afuera de la casa grande, terminaba su jornada alfabetizando a los trabajadores.

Fotografía tomada del libro de Benito Campos, en la fachada de la vieja hacienda, junto al portal, la ventana del cuarto del Niño Manuel.

Pero resultó que esa gran labor social y sobre todo su labor pastoral que tanto cariño le ganó entre sus allegados, lo puso de pronto en conflicto con las autoridades civiles. Era la época de la prohibición religiosa y un gobierno de política anticlerical cuya acción más visible fue el cierre de templos, lo que llevó al niño Manuel a realizar acciones que rayaban en lo clandestino ya que con el total apoyo de su gente, organizaba misas en los ranchos de sus propiedades, disfrazados de charreadas, y otra vez el útil vehículo estuvo disponible para el traslado de los sacerdotes que las ministraban y los suministros necesarios para las ceremonias. La posterior política agrarista oficial, también chocó con su labor humanitaria y espiritual.
Obviamente todas sus acciones eran ocultas, pero en lo público nunca renegó de su fe y esto dio como resultado que su suerte fuera decidida, algunos dicen que lo buscaba, otros que simplemente esperó su destino, el caso es que nunca se movió de la hacienda, aún ante los claros indicios de que algo se planeaba en su contra. Su familia le pedía que se trasladara a Querétaro: nunca les hizo caso, sus trabajadores le pedían que se escondiera: más salía a los campos.

Decidido todo, el 16 de mayo de 1935, en las inmediaciones de su propiedad, cerca del Camino Real y de una vía de servicio, montado en una yegua fue abordado por un asesino a sueldo con el pretexto de comprar algunos animales. Una vez asegurado de que era él, le dio varios disparos que segaron su vida, cayendo de cara a uno de los rieles.

El caso nunca se aclaró por completo aunque el asesino material fue conocido y a su vez murió asesinado. Igual que su víctima, sabía lo que le esperaba.

Su madre, al enterarse de los hechos no quiso que fuera enterrado en San Juan, el cuerpo fue velado en su propia hacienda y sepultado en Querétaro. Se dice que de la cama donde yacía escurrió sangre y con ella se impregnaron trapos que fueron guardados como reliquias por muchos años.

En el sitio en que murió, se instaló un monumento a su memoria, coronado por una cruz, cerca de lo que pocos años después sería la carretera panamericana y luego autopista México Querétaro, en una de cuyas ampliaciones hubo que trasladarlo al centro del nuevo poblado. (ya inundada la hacienda)

Poco después de su muerte, la Sociedad familiar fue disuelta de manera definitiva, la hacienda pasó a otras manos, pero nunca pudo recuperar su grandeza, la familia, que había dominado por siglos la escena aristocrática y política queretana, contando incluso con un gobernador del estado, jamás volvió a poner un pie en el lugar.

Pareciera que por los años transcurridos, todo lo narrado no pasaría de ser un apunte histórico. Pero resulta que no: el recuerdo de este gran hombre permeó en el tiempo entre sus protegidos de la vieja hacienda, quizá por ser la antítesis del hacendado porfiriano, que apoyaba a la gente en lo material, dándole trabajo y préstamos monetarios, pero también en lo espiritual y personal, a través del consejo y la presencia cercana. Y ese recuerdo ha llegado hasta sus descendientes, los pobladores del actual poblado de la Estancia, más de tres generaciones han pasado desde entonces y nadie  ahí ignora quien fue el que siguen llamando “Niño Manuel” y el monumento que recordaba su muerte, hoy ocupa un lugar especial en el atrio de la moderna Parroquia del lugar.

Fotografía personal, 2017.  El antiguo monumento, hoy en el atrio de la Parroquia.

En un caso insólito, muchos años después, los descendientes de sus trabajadores se acercaron a los iguales de la familia de Manuel (él no tuvo descendencia, nunca fue casado) para pedirles le obsequiaran alguna parte de sus restos como recuerdo para conservarlo en la comunidad, grande fue su sorpresa porque les fueron entregados completos.

En correspondencia, la comunidad los colocó en un nicho especial de madera con cristales en los costados, celosamente guardados, posan ahí los restos óseos del recordado patrón, junto a una fotografía de gran tamaño y excelente resolución que supongo también fue proporcionada por la familia. (Además del hecho sentimental, es impactante la visual, pocas veces se puede observar tan cercanamente la dualidad entre la vida y la muerte de una persona, como lo hacen en este caso los restos óseos y la nítida imagen de cómo fue en vida)

Fotografía personal, 2017.  Nicho con los restos óseos.

El nicho y su valioso contenido se conservan con esmero en la iglesia del lugar, recientemente se construyó un templo más amplio en el terreno aledaño y lo primero que se pidió fue que se construyera un sitio especial para la urna.

Fotografía personal, 2017.   La procesión del recuerdo.

Y así, cada año, en el domingo más cercano a la fecha de su muerte, la comunidad rinde homenaje a su antiguo protector con una procesión desde las afueras del poblado, en que participan todas las generaciones que lo recuerdan, me dicen que originalmente partía del lugar del crimen, culminando con una misa. Insólita, otra vez porque es de cuerpo presente, nunca mejor dicho. Cada año, el niño Manuel vuelve, quizá para extender de nuevo su halo protector a los bisnietos y tataranietos de aquellos con quien convivió.

Por obvias razones, al integrarse a la comunidad gente de otros lugares, que no recibieron de boca de sus mayores la historia, el número de asistentes que lo conocieron fue descendiendo, pero se mantuvo en las nuevas generaciones, incluso todavía pudo verse este año a uno de los descendientes de don José Fernández de Ceballos, amigo y vecino de Manuel  y cuya familia ocupó posteriormente la hacienda.

Fotografía personal, 2017.   En el atrio.


Defino como insólito este culto, porque deben ser poquísimos los lugares en que a más de ochenta años, todavía sobreviva el recuerdo de los antiguos hacendados, menos aún de la forma en que se hace aquí, creo que influyó el hecho trágico de su muerte, pero más el que mantuvo hasta el final sus convicciones y que aunque en teoría  los trabajadores estaban a su servicio, en la realidad fue él quien les sirvió y trató como semejantes por encarnar al prójimo que la religión pide socorrer, y algunos lo hacían, pero nadie como el Niño Manuel. Así lo hizo en vida y hasta en su muerte.
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EL CHICHIMECA AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
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Para quien esté interesado en mayores datos sobre el tema, existe un libro: MANUEL J. CAMPOS LOYOLA UN APOSTOL DEL CAMPESINO, escrito por su hermano Benito J. Campos, Contiene una descripción completa de su vida, hechos, muerte y reacciones posteriores, Es difícil de conseguir porque se editó de manera independiente, aunque hay varias ediciones. Doné un ejemplar a la biblioteca del Archivo Histórico Municipal, ahí debe seguir. De él tome algunos datos para la redacción.

Además hay otro libro referido a un tío de Manuel, casualmente se llama “FERNANDO LOYOLA Y FERNÁNDEZ DE JAUREGUÍ, APÓSTOL DE LA MÚSICA” del autor Ángel Esteva Loyola, que creo fue donde recopiló datos J. Luz Chávez Araujo, para la sección donde habla de él en su libro LA ESTANCIA SAN JUAN DEL RIO  QUERÉTARO DE LA HACIENDA A INICIOS DE LA MODERNIDAD que ya he mencionado, es la obra más completa en todo lo relacionado al lugar. Está a la venta en la comunidad, con la Señora María Jaramillo y existe un ejemplar en la biblioteca ya mencionada, donado por su autor.

Otro libro reciente, editado por la diócesis de Querétaro llamado MANUEL CAMPOS LOYOLA MÁRTIR, del Pbro. Alejandro Buenrostro. En realidad es el acomodo de los datos del primer libro mencionado a la luz del pensamiento moderno de la Diócesis de Querétaro. No aporta datos nuevos, pero por ser de reciente edición seguramente es más fácil de conseguir en las librerías religiosas de Querétaro.

Fotografía personal, 2019. Bibliografía.
El tema ya había sido tratado por otros escritores, incluso por los vecinos, pero traté de dar una visión propia, incluyendo datos recopilados en la comunidad, espero sea de su agrado, recuerden que aquí se redacta original y no encontrarán aquí monografías del SUNRISE o recortes de Wikipedia.
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En el libro de Benito se menciona un par de veces como fecha de construcción de la hacienda el año de 1646, seguramente lo tomó de documentos que conservaba la familia.

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